Sobreviviendo en el archipiélago venezolano

George Harris en Viña del Mar y María Corina Machado tras el 9 de enero representan dos facetas del fracaso en lidiar con la realidad de una sociedad dispersa y transnacional que, para sobrevivir, debe reciclar sus ideas y su práctica política

“No hay un segundo nacimiento porque haya habido una catástrofe, sino a la inversa, hay catástrofe después del origen porque debe haber, desde el origen, un segundo nacimiento” —Gilles Deleuze

Algunos nos apresuramos en asumir que el abucheo a George Harris en Viña del Mar se explicaba por la xenofobia, pero a medida que aparecían nuevos videos y explicaciones más razonables, se hacía más claro que Harris, con su humor de venezolanos y para venezolanos, sus simpatías por la extrema derecha y, especialmente, sus destemplados ataques al público, había sido una elección pésima de los organizadores del festival.  

Pero el asunto tuvo el efecto inesperado de revelarnos a Esteban Duch, un joven humorista venezolano con la capacidad de imitar perfectamente el misterioso dialecto chileno. Sus chistes sobre cómo esa mimesis le ayuda a lidiar con usuarios xenófobos de Uber o cómo le lleva a recibir un reproche de su tío maracucho son muestra de un humor “diaspórico” distinto del tradicional humor venezolano y en particular del de Harris,  figura que expresa nuestra cultura “mayamera”. El humor de Duch sirve de bisagra entre la generación de Emilio Lovera y El Conde del Guácharo y otra que habita ya no Venezuela, el país, y ni siquiera Florida, su sucursal, sino la diáspora, y hace chistes alimentados por las experiencias del éxodo y la cultura pop norteamericana y japonesa.

¿Será que Dutchy otros humoristas como los de El Cuarticonos muestran las posibilidades de una Venezuela post-apocalíptica que muta para sobrevivir a la catástrofe? ¿Será que ellos están logrando, a su manera, lo que los políticos no pueden: a la vez aceptar la realidad y no rendirse ante ella?

Sea como sea, lo cierto es que en la política no parece haber interés en hacer eso. 

El mañana que nunca fue

En este contexto distópico, la sinergia de la dirigencia de oposición actual con la extrema derecha está llegando a los extremos. María Corina Machado está tan interesada en su agenda de promover una intervención internacional contra Maduro que, prácticamente, no se preocupa siquiera en considerar las implicaciones de la criminalización de los venezolanos en EEUU. A veces pareciera que para el mariacorinismo las deportaciones no fueran gran cosa, pues el deber y el destino de los venezolanos es retornar.

Pero el retorno mariacorinista no es solo una inocente demanda de reunir familias separadas (algo que puede ocurrir dentro o fuera del país) sino la de una restauración que nos devolvería el pasado perdido. Esta melancolía es parte integral de las pretensiones de convencer a Trump de convertirse en un Reagan o un Bush en vez de verlo como lo que es: un contemporáneo de Bannon, Netanyahu, Orbán y Putin.

Pero la melancolía es una ilusión de la memoria: el tiempo no retrocede, y para sobrevivir hemos mutado no solo en una diáspora sino en un archipiélago humano, en el que los venezolanos dejamos de estar contenidos en el contorno de las fronteras nacionales para devenir en una constelación de poblaciones, pequeñas y grandes, dentro de otros territorios, mezclando sus genes, experiencias y cultura con otros pueblos.

El pensador caribeño Edoard Glissant ya había advertido sobre la transformación del mundo en una suerte de archipiélago, y de cómo en ese nuevo mundo criollo o creole donde todos se encuentran con todos, los atavismosy “neoatavismos” como el chavismo y el trumpismose atrincheran buscando preservarse. Pero este es un atrincheramiento activo a diferencia de la pasividad de la melancolía.

Mientras Maduro, Ortega, Putin o Netanyahu, horror tras horror, modelan el mundo futuro, los melancólicos solo quieren volver al pasado. Las expectativas de que se podía sacar a Maduro del poder con elecciones convencionales, o con una invasión al estilo de la de Panamá, son ilusiones melancólicas de quienes no fueron capaces de aceptar el cambio, lo irreversible. 

Islas en la Red

En ese sentido, al doble error de concebir la lucha contra la dictadura como una serie de acciones simples y cortoplacistas (“asfixiar”, “boicotear”, “preservar espacios”) y de que son los políticos y partidos tradicionales los que deben dirigirla desde arriba y sin responder ante nadie, se une el de creer que los problemas de la diáspora serían temporales y secundarios, cuando la cuestión es más bien cómo construir, gobernar y organizar ese archipiélago de carne y hueso en que se ha convertido la sociedad venezolana.

En ese trabajo las diásporas son ante todo fuentes de riqueza pero también de diferencia: no solo por las remesas y por la posibilidad de invertir, en el futuro, en Venezuelacomo lo hicieron las diásporas irlandesa, china y africana con los movimientos de liberación en sus paísespero también por la capacidad de aportar conocimientos y experiencias que son imposibles en el país. 

Pero ese país, incluso en la catástrofe, sigue existiendo, está obligado a mutar, y otros liderazgos parecen estar surgiendo. El Comité por la Libertad de los Presos Políticos y figuras como Sairam Rivas y las hermanas Baduel se han convertido en la vanguardia de una oposición con vínculos con los partidos y liderazgos tradicionales pero basada en la defensa de derechos en el terreno y en nuevos liderazgos femeninos, creados no por la política tradicional sino por la lucha contra la cultura del secuestro y la desaparición. 

Potentes pero frágiles, necesarios pero insuficientes, estos liderazgos “post-catastróficos” nos dejan entrever cómo Venezuela podría regenerar sus organizaciones políticas. ¿La lucha por la libertad de los presos políticos es un indicador de que esa capacidad de reinvención algún día será o puede ser parte integral de la política, o será una excepción y nuestra política seguirá repartida entre la brutalidad de los atávicos y la impotencia de los melancólicos?

Lo cierto es que ya somos Islas en la Red de la diáspora, y para luchar por la libertad y la sobrevivencia de nuestro archipiélago hacen falta otras organizaciones y otros nombres de otros líderes con otra política para un país nuevo, transnacional, precario y distópico, que no termina de disolverse ni de reconstruirse. El reciclaje es lo contrario de la nostalgia. La sociedad venezolana, para no convertirse en una de desechables e indefensos, necesita reciclarse, redimirse a sí misma del pasado,  reconstruirse en el aquí y el ahora, sin ilusiones de echar el reloj para atrás o de que otros puedan hacerlo por ella.

Jeudiel Martínez

Sociologist and writer, currently a refugee in Brazil. Formerly a literary editor for the Biblioteca Ayacucho Ilustrada project and a guest lecturer at UCV. An otaku, geek, and combat sports enthusiast particularly interested in political sociology, pop culture, and speculative fiction.