Jimmy Carter y Venezuela: luces y sombras

El legado del ex presidente estadounidense y su relación con nuestro país es más complejo que su rol en la crisis 2002-2004

En la sencilla casa de la 209 Woodland Drive, en Plains, estado de Georgia, esperaban esta noticia con certeza durante casi dos años. El 19 de noviembre de 2023 habían despedido a Rosalynn, y ahora era el turno de Jimmy. A los cien años, dos meses y 28 días falleció James Earl Carter Jr., conocido mundialmente como Jimmy Carter, gobernador de su estado entre 1971 y 1975 y Presidente de los Estados Unidos entre 1977 y 1981. Estos dos cargos los llevó por un periodo cada uno. Y aunque el último lo condujo a su fama e influencia mundial, será más recordado por su acción posterior. Carter perteneció a esa rara categoría de expresidentes que llegan a su punto más alto luego de dejar el cargo.  

Su periodo de gobierno transcurrió en una época agitada y prefiguró su labor desde el Centro Carter. En 2002 ganó el Premio Nobel de la Paz “por sus décadas de incansable esfuerzo por encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales”. Y si a comienzos de 1978 analistas críticos como Noam Chomsky no veían que la administración Carter estuviera comprometida con ninguna trayectoria diferente a la de sus antecesores, sí hubo un giro en la política exterior de los Estados Unidos en favor de los derechos humanos. Carter logró los acuerdos de paz entre Egipto e Israel después de una docena de días en Camp David. Y creyó que el rol de Estados Unidos con América Latina no era seguir con el garrote de promover dictaduras militares, sino democratizar y ampliar el diálogo y los compromisos como la entrega del Canal de Panamá a los panameños. 

La realidad hizo justicia a estos ideales. A lo interno fueron años de inflación y alto costo de los combustibles, y de reformas reformas singulares como la obligatoriedad de los cinturones de seguridad y bolsas de aire en los automóviles, así como la desregulación aérea, lo que abarató el costo de los pasajes para la clase media trabajadora. Mas su política de eficiencia energética y el llamado a consumir menos generó irritación entre su gente. La conmoción heredada del último año de la administración Nixon continuaba ensombreciendo el ánimo de Estados Unidos. En América Latina las dictaduras del Cono Sur siguieron rampantes. La crisis de los rehenes estadounidenses en Irán fue el punto final de una presidencia que en su momento se vio como fracasada. Jimmy Carter fue derrotado por Ronald Reagan el 4 de noviembre de 1980, al comienzo de una década que no era para un granjero pacifista sino para un cowboy sonriente y dispuesto a disparar.  

Mientras el Carter presidente lideraba la convulsa nación norteamericana, Venezuela vivió la consolidación de dos décadas en democracia y el furor de la bonanza petrolera. Pero el Carter expresidente, el que constituía su fundación, se relacionó nuevamente con el país, esta vez en tránsito hacia el colapso de su sistema. 

Carter y la Gran Venezuela

El presidente Carter realizó una visita oficial a Venezuela el 28 de marzo de 1978. Es decir, a un año y dos meses de comenzar su mandato. En sus diarios de los días de la Casa Blanca, los cuales publicó en 2010, contaba que con estas visitas esperaba que el tiempo del ugly american hubiera terminado. A su llegada a Caracas dio un discurso en el Panteón Nacional en castellano. Anotó en su diario que la reseña de los medios se centró en que “era la primera vez que un presidente [de los Estados Unidos] pronunciaba un discurso en un país extranjero en un idioma extranjero”. 

Enseguida rememora su encuentro con el expresidente y senador vitalicio Rómulo Betancourt, quien pensaba que el énfasis que estaba haciendo el gobierno norteamericano en los derechos humanos “es lo mejor que ha pasado en este hemisferio en su vida”. Cabe recordar que meses antes, en febrero de 1978, Carter había enviado un telegrama a Betancourt felicitándolo por sus setenta años de vida y cincuenta en la arena política. Allí le expresó que “bajo su liderazgo se inauguró en Venezuela la era de la democracia”, llevando al país “a ocupar la primera fila entre las naciones del mundo libre”. 

Lo más importante de la visita de Carter fue la firma del Tratado de límites marítimos entre Estados Unidos y Venezuela. Porque, aunque no sea algo muy conocido, nuestro país tiene frontera con la superpotencia norteamericana, básicamente por el mar que separa a nuestras islas de Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Era el último año de gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien recibió a su homólogo en el despacho presidencial de Miraflores y con una recepción en La Casona. 

En sus anotaciones, Carter recapitula un encuentro con Pérez en septiembre de 1977 en los Estados Unidos, destacando que “nos ha ayudado a aliviar las tensiones relativas al desarrollo del Caribe, las disputas entre los países andinos sobre armamento, las fronteras, el acceso al Amazonas, el acceso al mar, la no proliferación de armas nucleares, y puede -si quiere- frenar las subidas de precios de la OPEP”. En una entrada posterior, en junio de 1978, Carter comenta la grandilocuencia de CAP al mencionarle los acuerdos sobre el Canal de Panamá como el “avance más significativo en asuntos políticos en el hemisferio occidental en este siglo”. 

El expresidente humanitario

En enero de 1981 Jimmy Carter abandonó la Casa Blanca con un 34% de aprobación. En junio de 1979 ese número se había situado en 28% (datos Gallup). Una popularidad comparable con la que tenía Richard Nixon cuando tuvo que renunciar. Aferrado a una fe cristiana cultivada desde la infancia, se reinventó junto con su esposa Rosalynn para fundar el Centro Carter. Desde esta organización salieron al mundo a trabajar por la erradicación de enfermedades en África, a mediar en conflictos internacionales y a defender los derechos humanos, las garantías electorales y la democracia en América Latina. 

Con este compromiso Carter viajó a Caracas en febrero de 1986 y visitó al expresidente y senador vitalicio Rafael Caldera. Carter le propone a Caldera implicarse en sus iniciativas y a intervenir en sus encuentros. En noviembre de ese año Caldera participó en una reunión del Centro Carter en la Universidad de Emory, Atlanta, escribiendo al mes un artículo de prensa sobre lo que allí se discutió: “En un taller de trabajo, los voceros del sector “académico” propusieron la creación de un Consejo de ex presidentes y ex jefes de gobierno (democráticamente electos) para constituir una especie de instancia moral, pendiente de velar por el mejor funcionamiento del sistema democrático y de actuar o mediar en aquellos casos en los cuales pueda encontrarse éste en coyunturas difíciles”. 

Los años ochenta en América Latina significaron guerra en Centroamérica, el tránsito final de las dictaduras del Cono Sur y la crisis de la deuda externa desde México hasta la Argentina. El tema de la deuda movilizó al Centro Carter a realizar un encuentro, a finales de marzo de 1989, para hablar de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Por Venezuela fueron invitados el expresidente Caldera y el presidente Carlos Andrés Pérez, quien a menos de dos meses de su nuevo gobierno llevaba el plomo en el ala por los sucesos del Caracazo. CAP y Caldera viajaron juntos a pesar de sus visiones contrapuestas. El Centro Carter fue así un espacio para mostrar la unidad institucional de la democracia venezolana. 

¿Mediador “cómplice”, burlado o incomprendido?

El Centro Carter inició funciones en Venezuela en 1996, primero en un proyecto para combatir la oncocercosis, una enfermedad generada por un gusano y transmitida por moscas, la cual afecta gravemente la visión y la piel; luego como observador internacional en procesos electorales. En 1998 la democracia venezolana cumplía cuatro décadas y a pesar de sus imperfecciones y unos últimos quince años de turbulencia económica, institucional y de credibilidad, el país se prestaba a celebrar sus novenas elecciones presidenciales consecutivas y en libertad. Esta fue la primera actuación del centro en el país. Jimmy Carter se reunió con los principales candidatos, visitó mesas electorales en Caracas, y declaró que con la elección de Hugo Chávez había visto una revolución pacífica. Al menos esto último lo recalcó el propio Chávez en repetidas veces para darle un aura más democrática a su “proceso revolucionario”.

El Centro Carter siguió como observador internacional en las mega elecciones de 2000 y las presidenciales de 2006, 2012 y 2013, en esta última de forma no exhaustiva y con una delegación reducida. Entre los años 2002 y 2004 el país se polarizó de manera casi irreconciliable y tanto la OEA como el Centro Carter se convirtieron en mediadores, naciendo así la Mesa de Negociación y Acuerdos. La vía para despolarizar era el referéndum revocatorio. Chávez, entonces con muy baja popularidad, fue dilatando las conversaciones, poniendo trabas y apaciguando, hasta que en agosto de 2004 ocurrió ya no un revocatorio, sino una revalidación. El gobierno aprovechó el tiempo para ganarse el favor de parte de la población, replantear las libertades que existían en el sistema democrático, ganar la batalla contra grupos empresariales, militares, judiciales y comenzar a construir la ansiada hegemonía mediática. 

La figura del expresidente se convirtió acaso en un aval y un barniz democrático para el chavismo. Sus declaraciones de que “el proceso electoral en Venezuela es el mejor en el mundo”, fueron convertidas en un mantra de la propaganda chavista, aunque originalmente se referían nada más a la prestancia técnica del sistema. Y allí entra la gran duda, ¿la misión de Carter era forzar el ideal y llegar a algún acuerdo a cualquier costo? ¿Tuvo dobles estándares en su idea de democracia?, o ¿fue burlado y utilizado por un proyecto que niega muchos de los principios que el propio Carter defendió? En 2004 todo tipo de bulos se empezaron a tejer en Venezuela sobre los Carter. Se decía que Chávez le había regalado a Rosalynn Carter una joya con alguna piedra preciosa indescriptible  extraída de las orillas del Orinoco. 

Lo que sí ocurrió fue una expresa voluntad internacional de apaciguar al chavismo y dejarle una vía más despejada, que podría traducirse en garantías de convivencia y respeto al pluralismo. Carter propició la resolución de la pugna entre su compañero de pesca, el magnate Gustavo Cisneros, y Chávez. Como ejemplo, Venevisión, uno de los canales de televisión envueltos en el apoyo a los paros, las protestas y un cambio de régimen inminente, comenzó a moldear una nueva línea editorial capaz de ir inclinando la balanza, paulatinamente, a favor del comandante. Respetados los intereses de algunos de los poderosos, la posibilidad de un desarrollo democrático en el país quedaba en segundo plano.  

En el prólogo al libro de Francisco Diez y Jennifer McCoy, Mediación internacional en Venezuela (2013), Carter hizo un sucinto recuento de esos años avisando que si bien Chávez continuaba ganando elecciones “con la opción para ser reelecto de manera continua” y la oposición ganaba “posiciones importantes en las elecciones regionales y legislativas”, el principal reto para el país era “mantener los avances sociales de los años recientes y al mismo tiempo fortalecer las instituciones democráticas y proteger los derechos consagrados en la Constitución de 1999”.  

Una parte de la opinión pública local perdió el respeto al expresidente y el Centro Carter finalizó sus tareas en Venezuela en 2015 con las tablas en la cabeza, comenzando a denunciar la falta de transparencia. En 2021 regresaron al país con una delegación pequeña para las elecciones regionales de ese año, denunciando la injerencia del gobierno en el CNE y la anulación inicial del triunfo opositor en Barinas por parte del CNE. En 2024 aceptaron asistir a las elecciones presidenciales del 28 de julio. Dos días después, en la declaración oficial, el Centro Carter informaba que los comicios no se adecuaban a los “parámetros y estándares internacionales de integridad electoral”, por lo que no podían considerarlos democráticos. Nicolás Maduro responderá que cuando el viejo Carter estaba activo esas cosas no pasaban.

Luces y sombras 

A la muerte de Chávez, en sus declaraciones oficiales, Carter reconocía el liderazgo del fallecido presidente, pero advertía “las divisiones producidas en este proceso de cambio y la necesidad de promover un proceso de reconciliación nacional”. A finales de septiembre de 2015, Maduro publicaba una foto en la que un sonriente Jimmy Carter le hacía entrega de su libro: A Full Life: Reflections at Ninety (2015). 

La relación de Jimmy Carter con Venezuela estuvo llena de luces y sombras que dejan un sabor agridulce cuando lo vemos desde la escala local. Es difícil no relacionarlo con la irreparable fractura como sociedad y la destrucción de sus instituciones . ¿Fue Carter instrumental al proyecto antidemocrático del chavismo? Más allá de este episodio en concreto, como persona, como figura para su país y el mundo, Carter fue un adelantado. Buscó la paz, la reconciliación y el respeto en el marco de la justicia social. Jimmy Carter falleció centenario con la fe en sus manos y rotos ya los cabos con una vida larga donde la muerte no tendrá dominio, parafraseando al galés Dylan Thomas, uno de sus poetas favoritos. Utilizando sus propias palabras, tomadas de su libro de poemas Always a Reckoning (1995): “He pasado a unirme a mi creador o he ido a la Tierra Prometida, pero dejando constancia del hecho lamentado en los mejores y más amables términos de que yo, ya muerto, he reducido recientemente mi nivel de participación”.