Swarm, baby, swarm: La receta de María Corina para picar al régimen

El logro del 28J hace posible pensar en que la nueva forma de organización que ella propone puede funcionar en Venezuela

“El auténtico problema nunca ha sido ideológico, sino de organización”.
GillesDeleuze

El 26 de septiembre, a través de un mensaje en su Instagram, María Corina Machado –además del usual llamado a la lucha– proponía un concepto estratégico y táctico: el enjambre. “La gente está reagrupándose y regresando para el relanzamiento de una nueva etapa”, explicó Machado en una entrevista con medios venezolanos, “¿Qué pasa con la movilización interna? Vamos a una nueva fase y esto lo hemos ganado a punta de estrategia y disciplina; es una fase que llamó la estrategia del enjambre: no son enormes concentraciones convocadas con anticipación, sino una estructura descentralizada y coordinada con una organización increíble que hemos construido en estos 18 meses”.

No se ha hablado mucho más de eso desde entonces, pero es la primera idea organizativa que un dirigente de oposición lanza en mucho tiempo: excluidos o postergados en el gran reparto chavista de la cosa pública, a lo largo de los años los políticos de oposición degeneraron en candidatos profesionales sin más proyecto que postularse a cargos y, una vez en ellos, instalar a su entorno, buscar la reelección o postularse para otro cargo mejor. Por ello, es significativo que Machado –por años inhabilitada y reducida a una figura fringe en la política venezolana– se haya convertido no solo en uno de los candidatos más exitosos de la historia nacional, sino en la primera organizadora del espacio público que la oposición tiene en mucho tiempo.  

¿Acaso Machado, al confirmar que su candidatura era imposible, vio la “ruta electoral” como medio o herramienta y no como paradigma o deber moral? Sea cual sea la razón, esta evolución de Machado es inseparable de la del Madurato que, en la coyuntura electoral, se reorganizó como una tecnología de intimidación y coerción permanentes, abolió los restos del sistema electoral y ha mostrado estar dispuesto a aislarse y a pagar cualquier costo con tal de seguir en el poder. Una reconfiguración de un régimen que, según el ministro del interior Diosdado Cabello, no es presionable.  

Pero la propuesta de Machado es, justamente, presionarlo por todos lados, como una nube de abejas ante un agresor: ¿es eso siquiera posible?

Swarm, baby, swarm

En su mensaje del 26 de septiembre, Machado formuló las bases de una estrategia que desafía lo que –desde el fracaso del interinato de Juan Guaidó– fue el sentido común para la oposición venezolana. Lo que ella propone es subir los costos de permanencia en vez de bajar los de salida. “El régimen va a salir el día en que el costo de quedarse sea mayor al costo de largarse”, dijo. “Por lo tanto, tenemos que aumentar este costo todos los días. Funciona aumentando la fuerza todo el tiempo hasta llegar a ese punto”.

Fuerza es una palabra rarísima –casi maldita– en el vocabulario político venezolano, donde es sinónimo de violencia. Pero más allá del escozor de algunos, queda el problema práctico: ¿de dónde vendrá esa fuerza? Machado mencionó varias fuentes posibles: “de la presión internacional, de la justicia internacional, de las presiones y acciones diplomáticas, pero sobre todo de nosotros mismos”. Sabemos de su fe vintage en las “democracias occidentales” y su concepción idealista de la geopolítica, pero es la primera vez que la líder opositora plantea una forma concreta de organización y acción para generar y desplegar esa presión desde dentro y más allá del contexto electoral. 

“Estamos en una nueva etapa. ¿Cuál es la clave? La organización en la base en enjambres”, dijo. “Lo que busca el régimen es silenciarte, es asustarte, desactivarte, por encima de todo lo que quiere es desmoralizarte, y no lo va a lograr. El enjambre es una organización móvil, ágil, súper dinámica, sin principio ni fin. Líquida y adaptable, que aparece y desaparece, que actúa de forma descentralizada y se coordina a través de las redes sociales. Trabajamos muy coordinados, descentralizados y con astucia.”

Como muchos conceptos estratégicos, el enjambre suena muy bien en teoría pero: ¿de dónde viene? ¿Es esta idea siquiera aplicable en Venezuela?

Del Seattle anti-neoliberal a la Caracas antichavista

Cercano a otros conceptos como los de la inteligencia colectiva del académico francés Pierre Levy, la Máquina de Guerra de los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari o del smart crowd, más operativo, la idea del enjambre y el “enjambrear” (swarm, swarming) fueron discutidas por John Arquilla y David Ronfeldt, investigadores de la Corporación RAND – un think tank en gran medida financiado por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos que formula ideas y políticas públicas para la seguridad de ese país.

En el libro Swarming and the Future of Conflict (2000), Arquilla y Ronfeldt hacen una exploración intensiva de los modos del conflicto armado en el que identifican cuatro modalidades: combate cuerpo a cuerpo, concentración, maniobra y enjambre.  

El “enjambrear” consiste, simplemente, en atacar al enemigo por todos lados en pequeñas unidades, como hacen las abejas, para causar disrupción: es decir, desorganizándolo. El enjambreo sería una forma óptima “para que una multitud de unidades de maniobra pequeñas, dispersas, autónomas pero conectadas a Internet, se coordinen y lleven a cabo ataques repetidos y pulsantes”.

La caballería mongola y persa, las defensas aéreas de Gran Bretaña en la Segunda Guerra y la guerra naval al estilo iraní –usando pequeñas lanchas torpederas y no grandes navíos– son ejemplos militares del enjambre (y en los drones el enjambre encontró su arma por excelencia). Pero es en el activismo político y las ONG, particularmente de los años noventa, donde Arquilla y Ronfeldt encuentran los ejemplos más “puros” de esta práctica: las protestas anti-neoliberales de Seattle en 1999, la netwar de los zapatistas y los bloques negros de los anarquistas son citados casi con admiración por los circunspectos investigadores.

Situar esta discusión en Venezuela no es simple. Para comenzar, nuestra cultura política, atrapada en el siglo XX, se centra en las maniobras del partido y se reduce al político conspirando con militares, buscando los votos de civiles o pactando con otros políticos. El activismo es secundario (si no decorativo) y la ciudadanía sigue instrucciones desde arriba, replegándose  cuando ha hecho su trabajo que es –usualmente– votar. No hay nada más ajeno a nuestras tradiciones, en las que la gente es una masa con la que maniobrar, que la idea de una smart crowd o una multitud inteligente.

Tras el fin de los gobiernos militares en 1958, Venezuela no vivió las décadas de luchas ciudadanas que fueron necesarias en el resto de Sudamérica para ganar la democracia, con sus experiencias innovadoras, sus logros y sus decepciones que les dieron sistemas políticos comparativamente más complejos y avanzados, además de una concepción de la política más allá del dualismo entre voto o plomo.   

Es natural que Machado, con una mentalidad diferente y un background en las ONG y no en los partidos (su experiencia en Súmate fue decisiva para la jornada del 28-J) sea la que plantee la tesis de usar el “enjambreo”, pero aún así: ¿No es irónico que sea el liderazgo político el que mande a organizarse en enjambres? ¿No es contraproducente un enjambre que depende de una abeja reina que puede ser capturada o exiliada en cualquier momento? ¿Un enjambre que, como en la jornada de protesta pasada, le anuncie a los represores cuándo va a aparecer?

Se entiende que para Machado la idea de un enjambre –que para la dictadura es una nube de aguijones y para ella una de obedientes abejas obreras– sea muy conveniente. Pero, además de la valoración que podamos hacer de ello, esta centralización parece poco conveniente en una oleada de represión cuyo propósito evidente es cortar todas las cabezas posibles.

Venezuela desvertebrada

En el contexto actual de colapso y emigración masiva no queda claro siquiera si es posible construir alguna forma de resistencia. Pero, asumiendo que todavía sea posible, el viejo partido clientelista –y el partido empresa y el partido entourage– ya no tienen lugar, como tampoco lo tienen los candidatos profesionales: no solo el chavismo no está dispuesto a las formas de cohabitación que eran posibles en el pasado sino que las instituciones básicas para la representación política  -que es el “negocio’ de los partidos- e incluso el Petroestado venezolano, en cuyo seno las elites pactaban, ya no existen. 

Para poder presionar al régimen por todos lados, tendríamos que tener varios focos de liderazgo y organización, distribuidos en espacios y actividades distintas, como de hecho ha sido en la práctica con el auge de Enrique Márquez como un importante vocero contra el fraude o con la movilización para liberar los adolescentes detenidos.

Para presionar al nivel en que es necesario, tendría que surgir no solo un “enjambre de enjambres” sino, más allá, un ecosistema de organizaciones distintas. La cuestión de la unidad, en vez de ser pensada en torno a los  temas burocráticos del proyecto nacional –y de las maniobras del partido vetusto, pesado y señorial– tendría que plantearse cómo coordinación entre organizaciones muy diferentes aunque con propósitos comunes o afines. A veces esa coordinación tendrá que ser estrecha y detallada, otras veces se reducirá a no estorbarse mutuamente. Es decir, algo que –de ser posible– va más allá del liderazgo de Machado. 

La gran cuestión sería si en Venezuela, la débil y aterrorizada sociedad civil podrá absorber y distribuir en sí misma la función del liderazgo y organizar sus enjambres sin necesidad de Machado o coordinando con ella en una organización híbrida: descentralizada pero coordinada.

¿La extrema indefensión, tras la represión y un colapso que es continuo y en cascada, a la que ha sido reducida esa sociedad civil significa que ya no será posible generar nuevas formas organizativas? ¿O, por el contrario, esta destrucción del sistema electoral –que obliga a los partidos tradicionales a salir de circulación o resignarse a servir de comparsa en elecciones falsas–  es la condición para librarnos de las formas burocráticas y clientelistas de hacer política? 

¿Puede ser el trabajo de organizarse en “enjambres” y ecosistemas organizativos, no solo para luchar contra la autocracia sino hasta para sobrevivir, lo que permita a la sociedad civil venezolana, melancólicamente obsesionada con la política blanco y negro del siglo XX, entrar finalmente al siglo XXI?

En este punto nadie tiene respuesta para eso. Pero hay dos cosas que podemos dar por ciertas: la política que conocíamos se ha hecho imposible y debemos empezar a pensar fuera de la caja.