Bielorrusia: un espejo para la causa anti-Maduro
Los bielorrusos no pudieron activar una transición denunciando el fraude electoral con protesta y solidaridad. ¿Qué lecciones quedan para nuestra sociedad?
Al día de hoy, visualizar las circunstancias de Svetlana Tijanóvskaya, candidata opositora a la presidencia de Bielorrusia en 2020, y de Edmundo González en la Venezuela de 2024 es un ejercicio desolador. El presidente electo de los venezolanos no estaba preparado para las amenazas y extorsiones que sufrió después del 28 de julio, tampoco a su exilio forzado. Tampoco lo estaba Tijanóvskaya en Minsk hace cuatro años. A esta bielorrusa, profesora de inglés y madre de dos niños, también la atrapó la historia de carambola.
Igual que González Urrutia, Tijanóvskaya se convirtió sin aspirar a serlo en la figura “tapa” de una movilización electoral construida a pulso en el régimen más cerrado de Europa. Le tocó encabezar una victoria y, cuando ésta le fue negada, un levantamiento popular sin precedentes en Bielorrusia. Fue detenida la noche de la elección después de conocerse los resultados oficiales. A los dos días, el régimen—una suerte de satélite ruso—difundió un video grabado en el organismo electoral donde Tijanóvskaya reconocía a Lukashenko como ganador, con 80% de los votos. Horas después fue expulsada a Lituania junto a sus hijos, dejando atrás a su marido, Serguéi Tijanovski, activista digital y aspirante a la presidencia antes de caer prisionero de Lukashenko. Sigue preso.
El post-comunismo y en particular el espacio post-soviético—tan lleno de Estados capturados, revoluciones coloridas que quedaron en promesa, disputas entre potencias, conflicto étnico y destrucción—contiene aprendizajes respecto a los escenarios para Venezuela, en cuanto a los desafíos de transformar las instituciones que han estado al servicio de la cleptocracia, y de suprimir prácticas usadas para concentrar poder y destruir disidencias.
El llegadero y los hijos del retroceso
Tanto Aleksandar Lukashenko, el dictador bielorruso, como Nicolás Maduro y Hugo Chávez, han trascendido como parte de una vanguardia de mandatarios que paralizaron el desarrollo de sus países, secuestraron a sociedades enteras, y han justificado la autocracia y el terrorismo de Estado como necesidades cuando asoma el deseo de cambio. Ser marginados por la comunidad global no parece ser un problema para ellos, sino una realidad en la que están cómodos.
Maduro y “Luka” no se caracterizan por compartir ejes ideológicos o visiones de mundo. Pero sí un deseo de quedarse a toda costa en el poder y el repudio visceral a Occidente.
Al igual que Chávez, Lukashenko fue veloz maniatando las instituciones, el aparato productivo y la policía. Apenas llegó al poder, en 1994, purgó a varios jefes en las fuerzas armadas, creó un Consejo de Seguridad dirigido por sus aliados y principal socio, y duplicó el presupuesto de las agencias de seguridad. En 1996 adquirió poderes casi-absolutos: cambió la constitución y llenó el parlamento de sus aliados. Para 1999, cualquier vestigio de pluralidad se había sumergido: el líder de la oposición murió en circunstancias aún sin esclarecer; al mes, un ex-militar disidente y su socio fueron desaparecidos. “Luka” entró al siglo XXI con un control total.
Pero, a pesar de dos décadas de distintos grados de autoritarismo en Venezuela y Bielorrusia, las oposiciones de ambos países lograron construir una importante red de activistas y dirigentes de base ante posibles aperturas electorales: como aquellos que trabajaron en torno al 28 de julio, muchos de ellos jóvenes en la encrucijada entre una transición democrática o la emigración, tras las figuras de María Corina Machado y González Urrutia. Los integrantes de esta red, en el caso venezolano, buscan y necesitan espacios políticos lo antes posible. Tales espacios pueden cerrarse o terminar siendo nulos de no haber un cambio real en 2025.
Mientras tanto, en Bielorrusia, jóvenes como Pavel Liber (cabeza de la iniciativa Golos) y la activista Lena Zhivoglod (de Honest People) tuvieron un papel fundamental desmontando el fraude que denunció Tijanóvskaya, con organización ciudadana y plataformas digitales donde procesaron fotos de actas de votación. ¿Suena familiar?
Personas como Liber y Zhivoglod tuvieron que emigrar después del fraude. Derrocar a Lukashenko con una Bielorrusia militarizada no parece una posibilidad. Los esfuerzos hoy se centran en proteger a la comunidad de exiliados y a las organizaciones que aún sobreviven en el país. Ante la persecución de los liderazgos y el desgaste de los partidos políticos, queda preguntarse si lo mismo quedará para los pares venezolanos de Liber y Zhivoglod en los próximos años.
Rebelión y élites
Bielorrusia puede dar la respuesta por medio de otra variable: la relación de Lukashenko, que rápidamente consolidó el poder y eliminó toda oposición, con las élites económicas de su país desde el surgimiento de una Bielorrusia independiente.
A diferencia de países ex-soviéticos como Ucrania, Lukashenko frenó la privatización del aparato industrial heredado de la URSS y por ende el surgimiento de oligarcas más independientes al Estado. De hecho, hasta 2013, las empresas nacionales bielorrusas representaban 60% del PIB. Ante la ausencia de recursos institucionales para la oposición, Lukashenko no tuvo problemas para proyectarse como un líder fuerte y ganar elecciones poco competitivas. Centralizar el poder económico quizás ha sido su mayor fuente de poder.
En Ucrania—y también en Rusia hasta la consolidación de Vladimir Putin—el poder económico se lo dividieron varias élites y oligarcas hijos de la perestroika. Unos siguieron apoyando a la élite dominante y otros eventualmente crearon sus propias plataformas políticas para proteger sus intereses en la Rada Suprema: así surgieron los Poroshenko, Yuschenko y Timoshenko. Es por esto que revoluciones liberales, protestas masivas y movilización electoral han servido para echar a gobernantes en el ejecutivo unas ocho veces. Las élites económicas le han proporcionado sostén y respaldo material a la oposición ucraniana: lo vimos con los manifestantes del Euromaidán en 2014, que lograron tomar el corazón de Kiev por meses hasta forzar la renuncia del presidente pro-ruso Viktor Yanukovich.
La disidencia bielorrusa fue sin miedo a la calle entre agosto y septiembre de 2020. No faltaron actos de heroísmo ante las detenciones y torturas. Unas 200 mil personas participaron en la “Marcha de la Nueva Bielorrusia” el 23 de agosto; trabajadores de fábricas estatales hicieron huelgas en solidaridad y abuchearon a Lukashenko en una visita del mandatario. Dos semanas después, Luka volaba en helicóptero sobre las manifestaciones en Minsk con un rifle de asalto en las manos.
Sin embargo, la masividad del movimiento que denunció ese fraude fue mermada tanto por la represión brutal como por la falta de financiamiento y apoyo logístico a la resistencia, factores que habían sido decisivos en Ucrania.
Aunque en Venezuela la élite económica representó originalmente una importante fuerza anti-chavista entre 2001 y 2003, Chávez rápidamente se encomendó socavar (si no destruir) a la empresa privada con motivos parecidos a los de Lukashenko. Los grupos económicos que lograron sobrevivir el huracán de hiperinflación, control de precios y expropiaciones se cuidan de no proyectar descontento o deseo de cambio, al menos desde 2021.
A pesar de que estos grupos han buscado acomodarse ante la poca expectativa de cambio, asegurar su supervivencia e influir en la élite política, es inevitable preguntarse qué expectativas de crecimiento tienen los oligarcas no-chavistas con el status quo, sin seguridad jurídica, sin acceso a créditos y sin inversión extranjera en el horizonte. ¿A la larga se busca sobrevivir con lo mínimo bajo una paz autoritaria o se aspira a un país de bienestar y desarrollo posible?
El fracaso de toda mediación y la imposición de esa paz autoritaria podrían ser la antesala de lo que es Bielorrusia hoy: que tras el fraude de 2020 se convirtió en un experimento totalitario sin tolerancia a los desacuerdos con Rusia, los espacios o “ghettos” de democracia y las elecciones semi-competitivas. Lukashenko ahora gobierna a través de una asamblea general constituyente como la impuesta por Maduro en 2017, y en febrero llevó a cabo elecciones parlamentarias donde compitieron cuatro partidos, todos ellos pro-gobierno. Para 2021, el saldo del terror solo era comparable con las purgas de Stalin hace 90 años: 35 mil detenidos, 4.690 acusados y el éxodo de unas 400 mil personas— aproximadamente 4,5% de la población.
Los venezolanos vamos a necesitar mucha creatividad y valentía para evitar un destino parecido, que cada día se asemeja más a nuestra realidad.
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