Algunos hispanos en EEUU temen al socialismo, y los mensajes y símbolos de los Demócratas no ayudan

Muchos inmigrantes latinoamericanos en EEUU se pasan al Partido Republicano o se inscriben bajo "Sin Afiliación Partidista" cuando asocian el progresismo con las autocracias de las que huyeron

“Evelyn, soy demócrata. Simplemente no soy una demócrata de puño en el aire,” me dijo recientemente mi amiga colombo-estadounidense, ciudadana estadounidense criada en ambos países. Ella había sido demócrata toda su vida y estuvo muy involucrada en las elecciones presidenciales de 2020. Ahora es una votante sin afiliación partidaria (también conocida como independiente). Considera que los mensajes y símbolos que usan los demócratas ya no la representan y además le resulta desalentador que el partido no preste atención a los temas de América Latina ni a la participación de la diáspora en las campañas políticas nacionales. 

Mi amiga no está sola: desde 2020, casi 150.000 hispanos en Florida se han alejado del Partido Demócrata, muchos de ellos cambiando a “sin afiliación partidista” y la mayoría pasándose al Partido Republicano.

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Se ha hablado mucho sobre el voto latino e hispano en estas muy reñidas elecciones presidenciales de noviembre, mientras periodistas y analistas tratan de definir rápidamente las motivaciones e intenciones detrás de un grupo diverso de más de 36.2 millones de hispanos en los Estados Unidos que son elegibles para votar. En 2020, 16.5 millones de hispanos en Estados Unidos votaron en las elecciones presidenciales. Pero un elemento crucial ha hecho falta en la conversación actual: el voto hispano no es un bloque monolítico, y el uso de símbolos y mensajes por parte de los demócratas está resultando contraproducente, ya que recuerda a los votantes hispanos naturalizados los traumas históricos que vivieron en sus países de origen. Mientras tanto, los republicanos están aprovechando estas dinámicas.

Empecemos con el puño alzado. Medios internacionales publicaron la imagen de Donald Trump con el puño en el aire cuando los agentes del Servicio Secreto lo escoltaron fuera del escenario tras el intento de asesinato en un mitin de campaña en Pensilvania. El puño levantado es un símbolo usado regularmente tanto por demócratas como por republicanos, fenómeno que he estado investigando durante los últimos años. En la Convención Demócrata en Chicago, imágenes en video de puños alzados se alternaban con el conocido mensaje de Obama de “Hope” (Esperanza).

Sin embargo, no todos percibimos el puño levantado de la misma manera. Para algunos estadounidenses nacidos en EE. UU., este gesto representa los movimientos de liberación de los trabajadores o antifascistas del siglo XX. Para quienes abogan por la justicia racial en contra del racismo, el puño ha sido un símbolo desde el movimiento por los derechos civiles.

Desde 2020, casi 150.000 hispanos en Florida se han alejado del Partido Demócrata, muchos de ellos cambiando a “sin afiliación partidista” y la mayoría pasándose al Partido Republicano.

En el contexto de la experiencia diaspórica hispana, el puño levantado está estrechamente vinculado a referencias históricas de comunismo o socialismo y, a menudo, se asocia con el trato brutal que ciudadanos en América Latina han recibido por parte de dictaduras de izquierda. Esta huella permanece en muchas de esas familias hasta el día de hoy.

El uso de símbolos como el puño puede confundir a los votantes. Sumemos la reconfiguración de las prioridades demócratas, de cambiar su identificación de “liberales” a “progresistas,” y entramos en un ecosistema comunicativo cada vez más complejo, que no favorece el apoyo de los hispanos a la fórmula Harris-Walz.

Para entender esto, pensemos que “progressive” se traduce como “progresista”. Mientras que en EE. UU. los demócratas  el término como sinónimo de una agenda equitativa, que mira hacia adelante con oportunidades y prosperidad [para todas y todos], al sur de la frontera y para algunos expatriados que forman parte de los 40 millones de hispanos que hablan español en casa, transmite un significado muy diferente.

En 2020, el autócrata venezolano Nicolás Maduro habló ante un auditorio lleno en Cuba sobre una nueva alianza antiimperialista llamada el “Frente Progresista”. El expresidente ecuatoriano Rafael Correa, líder de izquierda que usa la etiqueta de “socialista democrático” para su partido revolucionario, equipara a los progresistas con una nueva ola en América Latina. El actual presidente izquierdista de Colombia, Gustavo Petro, recientemente describió a su gobierno como “progresista.” En toda América Latina, el término histórico “comunismo” ha sido agresivamente rebautizado como “socialismo” y “progresismo”.

Así que, cuando los demócratas en EE. UU. adoptan la etiqueta de “socialistas democráticos” o “progresistas democráticos,” para algunos expatriados hispanos, “es como decir que son ‘nazis democráticos.’ Esas palabras evocan recuerdos de represión, persecución y dificultad,” me comentó una vez un estratega demócrata cubanoestadounidense que había sido un ejecutivo nacional de televisión hispana. Los estrategas de mensajes republicanos conocen bien esta confusión y rara vez pierden la oportunidad en sus discursos y redes sociales de vincular a los líderes del Partido Demócrata con regímenes represivos de América Latina. Muchos hispanos recuerdan un video de la campaña de Trump en 2020 que repetía “progresista” para vincular al entonces candidato Joe Biden con dictadores y líderes de izquierda latinoamericanos.

Tácticas similares se están repitiendo. Una oleada de memes falsos y manipulados por inteligencia artificial muestra a la vicepresidenta Kamala Harris con un uniforme de líder comunista en X (anteriormente Twitter). Harris y Walz aparecen frente a una pancarta falsa de los “Comunistas Revolucionarios de América,” sin censura o cuestionamiento en la radio del sur de Florida. Estos mensajes son utilizados como armas digitales en plataformas como Telegram y WhatsApp, y una imagen alterada por IA atribuida a Elon Musk recibió más de 83.9 millones de vistas, en un paralelo inquietante de la técnica propagandística nazi de Joseph Goebbels de repetir una mentira hasta que se considere como una verdad.

En la convención demócrata de 2024, la comentarista política nicaragüense-estadounidense Ana Navarro calificó de absurdos los ataques comunistas contra Harris, pero los hispanos jamás escucharon ese mensaje directamente de Kamala Harris. Además, no hubo mención alguna de América Latina en los discursos de la vicepresidenta. 

Finalmente, en el debate presidencial, una simple mención de la vicepresidenta sobre la solidaridad con el pueblo venezolano en su victoria electoral sobre Maduro y contra el autoritarismo de izquierda o derecha, enfatizando que no es “marxista,” sino demócrata, habría sido de gran utilidad. 

Respaldar democracias fuertes y funcionales en América Latina aliviará las presiones migratorias hacia el norte y posicionará a Harris como una líder y defensora de América Latina y el Caribe (y no solo de cubanos, venezolanos o nicaragüenses); además, es un mensaje necesario para los votantes hispanos que ahora son ciudadanos estadounidenses, tras emigrar de estos 21 países de habla hispana, que actualmente no saben quién merece su voto. Fue otra oportunidad perdida. Me recordó a la entonces candidata presidencial Hillary Clinton, quien dijo en Miami en 2015: “Estados Unidos con demasiada frecuencia mira al este y al oeste, pero no mira hacia el sur. Nuestras economías, nuestras comunidades e incluso nuestras familias están profundamente entrelazadas”.

Como asesora de contextualización cultural que ha asesorado a organizaciones e instituciones no partidistas en mensajes y participación con comunidades hispanas y latinas durante los últimos 22 años, he escuchado a los centristas (votantes hispanos que son demócratas moderados, independientes [NPA] y republicanos moderados) que probablemente decidan al ganador de la próxima elección decir en repetidas ocasiones que quieren  escuchar de los candidatos que ayudarán a la economía, a los pequeños negocios y al capitalismo compasivo. Quieren sentir que se preocupan por sus seres queridos que aún viven en sus países de origen. Quieren ver manos levantadas y unidas, y descripciones de valores democráticos que resuenen con las experiencias hispanoamericanas de vida en su país de origen y su nuevo hogar, Estados Unidos.

Términos como “pro-democracia” resuenan mejor y son menos propensos a malinterpretarse que “progresista”.

La histórica ventaja del Partido Demócrata con los hispanos y latinos va en decadencia, ya que muchos nuevos votantes optan por registrarse como republicanos o sin afiliación partidaria. Las palabras y símbolos que los demócratas usan para identificarse pueden provocar reacciones diferentes. Un mexicoamericano nacido en California puede sentirse motivado por los puños progresistas. Sin embargo, también puede generar rechazo en un ciudadano naturalizado nacido en Venezuela y que ahora es votante en Florida. Somos diversos, pero muchas cosas nos unen, como querer lo mejor para nuestro futuro y nuestras familias.Un dicho común en América Latina es: “El que calla, otorga”. Pero quienes nos preocupamos por mantener fuertes las instituciones democráticas también tememos que los hispanos elegibles para votar en grupos diaspóricos en EE. UU. sean ignorados nuevamente, aunque sus votos cuenten igual que los de cualquier otro votante. Las consecuencias del uso de mensajes y símbolos provocadores por parte de los demócratas, y su falta de atención a las preocupaciones de nuestras comunidades expatriadas, seguirán saliendo a la luz a medida que más demócratas hispanos abandonen el barco. Al final habrá que atender y reconocer cuántas oportunidades perdidas seguramente, y eventualmente, tendrán que ser enfrentadas, sin importar el resultado de esta cerrada carrera presidencial.

Evelyn Pérez-Verdía

Evelyn Pérez-Verdía is a veteran cultural-context adviser and strategist focused on accurate messaging to Hispanic communities during times of rampant AI disinformation. She is the founder of We Are Más and is an Information Futures Lab Visiting Fellow at the Brown University School of Public Health.