Esa cabeza de Chávez arrastrada por el suelo

Ayer, al menos seis estatuas del Comandante Eterno fueron derribadas por manifestantes en zonas que fueron chavistas. Esto tiene muchos significados

¿Cuántas veces, en tantos días y noches de manifestaciones y barricadas de 2002 a 2024, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y sus camaradas han usado a hombres en moto para intimidar o atacar a la población, en especial manifestantes en zonas de clase media?

Valiéndose de prejuicios de clase y del miedo verdadero al potencial violento de un motorizado (porque millones de trabajadores andan en moto, pero también ladrones y sicarios), el chavismo institucionalizó la moto diseñada en China y ensamblada en Venezuela como el caballo de su caballería de choque. La asociaron con los colectivos. Subsidiaron su importación y su producción. Hicieron de la “motopirueta” un deporte “oficial”. Mientras la élite chavista hizo de la camioneta suburbana y del Hummer su vehículo predilecto para sus caravanas fuertemente escoltadas en eventos oficiales y estacionamientos de restaurantes de carne, las motos fueron enaltecidas como el vehículo de las masas, como los Escarabajos VW o los Travants de los regímenes totalitarios alemanes.

Y ahora, un video recorre el mundo, libre en internet, hecho desde una moto, en la que dos tipos desconocidos en otra moto arrastran por una calle de Mariara, estado Carabobo, la cabeza metálica de una estatua derribada y decapitada de Hugo Chávez:

Tumbar estatuas ha sido parte de la iconografía global de las revoluciones contemporáneas. La escena de una poblada acabando con lo que era un símbolo intocable del poder, y decapitándolo en algunos casos, ha sido demasiado poderosa que uno no la pueda ver, y demasiado tentadora para que una muchedumbre no intente hacerlo durante una revuelta.

Tenemos precedentes en Venezuela: en 1878, las estatuas del caudillo Antonio Guzmán Blanco fueron demolidas en actos públicos por el régimen que lo suplantó; y a comienzos de este siglo el chavismo hizo todo un show de la vandalización del monumento a Colón para denunciar la Conquista, en la misma línea en que otras estatuas han sido atacadas o removidas durante protestas contra el racismos y el colonialismo en una gran variedad de países.

Pero ninguno de esos casos forma parte de la escuela específica de ritos políticos que alimentan el léxico visual de las revoluciones ciudadanas. Cuando Hungría intentó sacarse de encima el dominio soviético en 1956, tumbaron y decapitaron un estatua de Stalin de ocho metros, en Budapest. 

Cuando un golpe acabó con el primer gobierno de Perón en Argentina, en 1955, muchas estatuas de su esposa muerta, Evita, fueron destruídas por el nuevo régimen. Más recientemente, el efecto dominó que desmanteló el mundo soviético entre 1989 y 1991 produjo muchísimo material sobre la destrucción de estatuas de Lenin, estableciendo el patrón durante el tumultuoso crepúsculo del siglo 20. Cuando la coalición militar liderada por EEUU invadió Irak en 2003, una muchedumbre tumbó una estatua de Saddam Hussein, en un evento profusamente televisado que reproducía la estética de las revueltas anti soviéticas mientras reencendía el símbolo para nuevas generaciones… y nuevas audiencias. Muchos de nosotros lo vimos en Venezuela, por CNN.

En la era de las redes sociales, en esa Venezuela profundamente traumatizada por años de miseria, migración masiva y violencia extrema, la vandalización de la propaganda de Maduro y de las estatuas de Chávez encarna la ira generalizada contra el régimen chavista, la frustración de las masas sobre el proyecto político que les prometió el paraíso, y la sensación de que esta vez es de verdad: de que el gobierno está al borde del derrumbe.

Algunas de las muchas estatuas de Chávez erigidas en Venezuela ya habían sido vandalizadas durante la revuelta de 2017. Ayer, 29 de julio, al menos seis estatuas cayeron. La primera, en la Avenida Chema Saher en Coro, estado Falcón. Nos dejó una imagen inolvidable (anónima y muy probablemente extraída de un video, muy típico de los tiempos que vivimos) y abrió un desfile de secuencias virales en lugares que eran chavistas: la Plaza Urdaneta en Calabozo (Guárico): la Avenida Carlos Soublette en La Guaira; ⁠la Plaza Italia en Mariara (Carabobo); ⁠Las Tejerías (Aragua); el Urbanismo El Chorrito en Los Teques (Miranda). Ninguno es un vecindario próspero, sino un área poblada donde se siente el impacto de la migración, donde hay edificios de la Misión Vivienda, donde las industrias están vacías y las megabandas han estado operando.

Aquí puedes verlos en este mapa interactivo que preparó la periodista Clavel Rangel, alimentado por contenido de las redes:

Todos sabíamos que el desprecio hacia Maduro era profundo y que lleva años. Pero que haya gente tumbando estatuas de Chávez, en lugares antes tan chavistas como La Guaira, habla del colapso total de la conexión entre el chavismo y los venezolanos. Y ahora, ¿cómo ellos esperan seguir gobernando una nación donde la misma gente que votaba por ellos ahora destruye los símbolos más sagrados de su imaginario oficial? ¿Cuántos colectivos y agentes necesitan para asegurar la gobernabilidad a partir de ahora, incluso si Maduro sigue ahí y estas protestas amainan?

Esto supera la paliza electoral del 28 de julio. Esa cabeza de bronce de Chávez, arrastrada por las calles de un pueblo empobrecido del centro de Venezuela, corriendo por las pantallas de quién sabe cuántos smartphones fuera del país, comprueba no sólo que el encantamiento chavista sobre la gente se rompió hace rato. 

El miedo, el último recurso que le queda al régimen, se ha convertido en una fuerza que hoy expone al chavismo como una cáscara vacía, una ruina, un escombro de la Historia.