El discreto impacto de las remesas venezolanas

Llegaron para quedarse y para reducir la brecha de ingresos. Pero ¿pueden ser algo más que efectivo para resolver?

Como fenómeno global, el auge de las remesas ha ganado peso en los últimos años. Según el Banco Mundial, en 2023, los fondos enviados bajo esa categoría superaron los USD 860.000 millones, de los cuales USD 156.000 millones fueron dirigidos a la región latinoamericana y el Caribe. Para el caso venezolano, estimaciones de Ecoanalítica ubican la entrada de remesas en torno a los USD 3.000 millones para el mismo lapso (cerca de 3% del PIB), un repunte de casi 54% respecto a la última aproximación oficial de 2018. 

La regulación venezolana no ha sido miope ante ese fenómeno, en especial tras el inicio de la hiperinflación de 2018, cuando el Ejecutivo impuso un fuerte recorte en su gasto y en las transferencias dirigidas a la población a fin de frenar ese ajuste de precios. En ese sentido, ya desde 2019, en el pico de la disciplina fiscal, la gestión de Nicolás Maduro instauró un sistema denominado Remesas Patria, un mecanismo bajo el cual las familias beneficiarias de los subsidios pagados por el Gobierno (Bonos de la Patria) podían recibir recursos de sus familiares desde el exterior a través del mercado de criptomonedas y de la banca pública. Con ello, el sector público intentaba establecer una forma más expedita para que los venezolanos  recibiesen remesas, y con ello suplir parcialmente aquellos fondos que éstos dejaron de percibir debido al recorte fiscal. Ya para 2021, la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de la Universidad Católica Andrés Bello destacaba cómo las remesas estaban ganando terreno dentro del ingresos de los venezolanos, pasando por varios ciclos de auge y caída con la llegada de la pandemia de COVID-19 y la desaceleración de los mercados globales. 

Muéstrame el dinero (y otras cosas) 

Las remesas tienden a tener un rol importante en el consumo de los hogares que las reciben (sobre todo, para el gasto en bienes esenciales), pues tienden a suavizar a corto plazo los vaivenes en los ingresos. En el ámbito doméstico, además de los resultados de la Encovi del 2023 que señala que 94% de los hogares receptores –un tercio de los hogares del país, según Ecoanalítica– usan las remesas para sus gatos de alimentos y 58% en salud, diversos hallazgos empíricos avalan la importancia de la remesa en cuanto a la redistribución del ingreso y el acceso de las personas (tanto en calidad como en cantidad) a alimentos.

Otro efecto positivo proviene de la capacidad que tienen las remesas para promover la inclusión financiera tanto de los migrantes como de sus familiares. Si bien estos fondos son canalizados por otras vías –como casas de encomiendas, traspasos entre familiares e incluso entregas personales –cada vez más personas acuden al sector financiero para acceder y enviar remesas a través de productos bancarios tradicionales (las denominadas “remesas digitales”). En el caso venezolano este fenómeno ha sido impulsado por la propia banca nacional, la cual ha comenzado a ofrecer formalmente este tipo de servicios para contrarrestar el impacto de la política de encaje, del control de las comisiones y de la falta de mecanismos para movilizar los depósitos en divisas sobre su rentabilidad.  

Así, los intermediarios de remesas parecen haberse valido de la bancarización interna para aumentar su alcance dentro de la población local, en especial cuando más del 80% de los venezolanos mayores de 15 años disponían de una cuenta bancaria en el país en 2021 y 71% empleaba la banca móvil, según datos del Global Findex.

Para los migrantes, la historia ha sido otra. Debido a que su acceso a la banca foránea se ve sujeto a su estatus migratorio y laboral, los mecanismos financieros intensivos en tecnología (Fintech) han ganado popularidad entre los venezolanos que envían remesas a su país de origen. Por eso aprovechan plataformas como Yape, BIM Retorna y AuraPay, que han surgido en la región en los últimos años para proveer transacciones de remesas que sólo requieren smartphones con acceso a internet.

Un caso de interés es el de los migrantes venezolanos en Perú. Esta comunidad equivalía a 86% de los extranjeros en ese país en 2022, pero una importante fracción de ella carecía de estatus migratorio regular (64,7%) y por tanto de cuenta bancaria (86%, solo en Lima). Para esta masa de migrantes sin bancarización formal, el repunte de las remesas digitales ha sido un facilitador. De hecho, Perú es considerado como uno de los países del continente con la mayor cantidad de productos Fintech para 2021, según Finnovista.

Las secuelas de las remesas también abarcan el mercado laboral. Algunos estudios sugieren que, de forma general, estas transferencias pueden actuar como un subsidio para las personas que las reciben que no tienen empleo y que entonces tienen menos incentivos para buscar trabajo.  En el caso venezolano, este argumento entra en conflicto con el alto costo de la vida local: cuando lo recibido en remesas es insuficiente para complementar ingresos, las personas buscan emplearse aun cuando siguen recibiendo remesas. Asimismo, existe evidencia de que las remesas elevan la contratación en emprendimientos de forma indirecta, pues son invertidas en pequeños negocios o emprendimientos. No obstante, la misma evidencia apunta a que tales negocios tienden a incrementar el empleo informal, lo que supondría un mayor peligro para un mercado como el venezolano, en donde el 44% de la fuerza laboral opera en ese nicho, según la Encovi.

Todo lleva a pensar que las remesas para Venezuela seguirán trascendiendo más allá de las secuelas obvias, tomando en cuenta las perspectivas de crecimiento de esos recursos para los próximos años dado el tamaño de la diáspora. Quizás los mayores peligros de las remesas se vincularían con una posible dependencia de la población local (y por ende, a lo que ocurre en los mercados foráneos), además de las distorsiones que pudiesen acarrear para el empleo.