De oeste a este, Machado y González repolitizan Caracas
La primera concentración opositora de la campaña presidencial formal, el 4 de julio, rompió la pátina de desencanto que había caído sobre la capital desde 2019
Caracas mastica chicle y prefiere los productos sintéticos y los alimentos enlatados; le cuesta dormir, porque no puede apagar la ansiedad de comprar, consumir, obtener, gastar, apoderarse de todo.
Eduardo Galeano
Nosotros Decimos No: Crónicas (1963/1988)
Un helicóptero negro del SEBIN, el servicio de inteligencia del gobierno de Nicolás Maduro, sobrevoló la concentración opositora en El Rosal y fue abucheado. Desde hace media hora, una creciente multitud escandalosa y multicolor con banderas y gorras de Venezuela –y todo tipo de parafernalias: desde banderas arcoíris y prendas alusivas a partidos de oposición hasta pequeñas estampitas de María Corina Machado puestas con alfileres sobre las franelas casi como estampitas religiosas– se encontraba retenida en las inmediaciones del Centro Lido y el Centro Galipán. Bajo sus chaguaramos y vidrios azules, inundando las escaleras imponentes de centros empresariales en el municipio más rico del país, la primera concentración oficial –según el calendario del Consejo Nacional Electoral (CNE)– de la campaña de Edmundo González Urrutia no lograba avanzar hacia El Marqués. Tras arrancar de Chacaíto, acompañada por una caravana de motorizados, la policía había bloqueado el paso. Machado, la líder de la oposición, debía llegar en un camión junto a González Urrutia, pero su paso también estaba siendo bloqueado por agentes de la DAET, un cuerpo de la Policía Nacional Bolivariana. “Aquí no aparece su carnet de circulación”, le dijo el oficial en un video que empezó a circular. “La autoridad soy yo”, respondió Machado. “Este es mi vehículo y la autoridad soy yo”. La dejaron ir.
El helicóptero volvió a sobrevolar la multitud tres veces más. Mientras esperaban, había personas bailando, miembros de Encuentro Ciudadano tocando tambores y cantando ante la multitud que sacudía las banderas. Bajo un elevado lleno de simpatizantes de Machado, en la Avenida Libertador, pasó una caravana de motorizados chavistas y recibió gritos de la multitud opositora. “¡Pelabola! ¡Pajúo!”, gritó una señora rubia con lentes de sol antes de disculparse por sus palabras. De boca en boca, corría el rumor de un posible enfrentamiento con la marcha chavista, generando los bloqueos de los policías.
“Yo quiero que mis hijos regresen, así sea de visita”, dijo Grimaldo López, un carpintero de Petare que carga una vieja bandera repleta de firmas y símbolos opositores de las protestas y concentraciones de los últimos 25 años. “María Corina no es Mi Bella Genio. Este es un problema de todos. Todos somos corresponsables de recuperar este país”. El sentimiento de una transición pactada parece haber calado incluso en las bases opositoras: “Nosotros no estamos para cacería de brujas”, dice, “la prioridad de nosotros es recuperar el país, reactivar la economía y generar confianza para que vengan las nuevas inversiones”.
En la multitud, que se abultaba con cada minuto sin avanzar, una activista juvenil de Voluntad Popular llevaba un afiche de Jeancarlos Rivas – un activista de 19 años detenido recientemente en La Guaira. Para el inicio de campaña, 50 personas habían sido detenidas por motivos políticos. Ese día, fuera de Caracas, al menos 15 más se unirían a la lista. ¿Tiene miedo? “Tengo muchísima fe y convicción”, responde, “con el 28 [de julio], con mañana, con el 29 y con todos los días que quedan por delante. Yo jamás he pensado irme del país”.
Las razones para asistir a la marcha son múltiples. “Mi sufrimiento es una cirugía odontológica que no puedo realizar porque es muy costosa”, relata Milagros López, una pensionada de La Candelaria que recibe 230 bolívares al mes (unos 6 dólares). En su frente lleva una bandana tricolor que dice “Edmundo pa’ todo el mundo”. Una madre con una franela de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela se mantiene cerca con su hijito. “Mami, ya vienen”, le anuncia el niño con felicidad. En efecto, un camión con Machado y González Urrutia –vistiendo una franela de la Vinotinto, como su esposa e hija– se aproxima seguido por otro camión con figuras opositoras como Delsa Solórzano, María Beatriz Martínez, Juan Pablo Guanipa y Corina Yoris.
Entonces, Chacao parece despertar. Los oficinistas se congregan en las puertas de las torres de la Avenida Francisco de Miranda. Grupos de vecinos bajan de los edificios o aparecen con banderas en los balcones. Pequeñas siluetas humanas se recortan sobre las azoteas y helipuertos. Machado y González Urrutia se limitan a saludar y enviar besos a la multitud, pero la euforia se apodera de la concentración a medida que más y más gente se suma. La conexión emocional de Machado con la multitud es clara. Un hombre grita: “¡La libertadora! ¡La libertadora!”. Para el momento que el mar humano se desborda sobre la Plaza Altamira, es notoria lo variopinta que es la concentración: motorizados, trabajadores informales, señoras sifrinas, monjas, enfermeras, maestros, empresarios de las torres cercanas, jóvenes, ancianos, habitantes de los cinco municipios de la ciudad.
“Pilas que viene una caravana de motos chavistas”, me escribe una amiga. Pero la caravana aparece y comienza a saludar y enviar besos a Machado. Igual de emocionados que los marchantes opositores, algunos motorizados ‘chavistas’ aseguran que sólo asistieron a la concentración chavista por coerción o beneficios monetarios. “¡Maduro, el coño de tu madre!”, grita uno, “¡Me diste gasolina gratis pa’ que viniera pa’ la marcha de mi tía María Corina!”. Le respondo a mi amiga: “Vinieron a saludar a María Corina”.
Desde aquel sedante que fue la dolarización y la tibia liberalización de la economía a partir de 2019, Caracas pareció despolitizarse. “Lacava es chavista porque no puede ser otra cosa, el chavismo tiene la hegemonía cultural del país”, afirmaba en Twitter una antigua simpatizante de Hugo Chávez en 2021. “Es la derechización del chavismo y la conquista de un nuevo nicho: los despolitizados”. En el otro lado del espectro político, el columnista Alejandro Armas proclamó una ‘”despolitización de las masas” ante la poca expectativa de cambio y el politólogo Guillermo Tell Aveledo habló de la ‘armonía desilusionada’: “Ante la tenue expectativa de prosperidad económica, y la creciente seguridad de estancamiento político, nos refugiamos en la ausencia frente a lo público”, escribió en diciembre del 2021. “Es sorprendente lo rápido que esta desilusión nos ha corrompido”. La lucha por libertades civiles y democráticas, como por obra y gracia de esa ilusión efímera que fue el ‘Venezuela se arregló’ hasta principios del año pasado, parecía enterrada por súper-tiendas de departamento, palmeras decorativas en el río Guaire, nuevas torres brillantes de vidrio, bodegones con diez mil productos importados y cafés chic.
Y la temporada electoral, por lo menos hasta el jueves 4 de julio, parecía anunciar la victoria de la despolitización en el oasis que es Caracas: desprovisto de la usual parafernalia electoral de años anterior más allá de murales ambiguos y unas cuantas vallas de candidatos poco relevantes. Pero esta muchedumbre del 4 de julio anunció el retorno de la política a la capital. Si algo representa esta última tanda de la campaña, enfocada en las grandes ciudades, es la supervivencia de la identidad opositora –de la idea de una ruptura; de un cambio político– bajo las paredes de grama artificial y las Nutellas importadas. Súbitamente, retornan las banderas de siete estrellas y la multitud –a pesar de las promesas de analistas que aseguraron el ocaso definitivo de las movilizaciones masivas de la oposición– canta consignas prometiendo el final del período chavista.
Si algo representa esta última tanda de la campaña, enfocada en las grandes ciudades, es la supervivencia de la identidad opositora –de la idea de una ruptura; de un cambio político– bajo las paredes de grama artificial y las Nutellas importadas.
La marcha, entrelazando multitudes caminantes y motorizados, comienza a sentirse como una avalancha una vez que toca las inmediaciones del Parque del Este. Allí, se siente un maremoto humano. Entonces, como a varios colegas de la prensa, el equipo del Comando por Vzla me invita a subir al camión. Corro, esquivando cadenas humanas, hasta lograr encaramarme en el camión una vez que la marcha entra al municipio Sucre. No puedo creer lo que veo. La concentración nada tiene que envidiarle a sus predecesoras en 2017 o 2013.
Adelante y atrás, una alfombra de cientos de miles de cabezas con banderas y letreros y sonrisas y llantos, cubriendo –bulliciosa y ruidosa, chispeante y salpicante– cada espacio de la larga avenida y los elevados sin que se note dónde empieza y dónde termina. Adelante mío, González Urrutia y su esposa Mercedes saludan a la multitud. En los lados, cientos se asoman desde bloques residenciales. Resuena música, desde el jingle de inteligencia artificial en pro de González Urrutia hasta la nostálgica Caracas en el 2000. Machado sonríe y se asoma constantemente a saludar a las personas. Hay linternas de celulares encendidos y personas congregadas bajo letreros de Chávez y consejos comunales cercanos a El Marqués.
“¿Te esperabas esto de Caracas?”, le pregunto. “Me espero todo de Caracas”, dice Machado con una emoción que no logra contener al observar el caudal humano tras ella. “¿Qué esperas para el cierre?” Machado hace silencio por un segundo. “¡De todo!”, dice con una carcajada. Entonces, al llegar frente al centro comercial Líder, el camión se detiene y la dupla González-Machado da un discurso corto. La multitud, como en un film cyberpunk, la observa bajo los logos luminosos del supermercado Forum y Banesco. “Vamos a volver a ser la República de Venezuela que tanto deseamos”, dice González Urrutia, utilizando el nombre que tenía el país antes de 2000. “Gracias, Caracas”, dice Machado, “a partir de este momento sí podemos decir, como nuestro Himno: seguid el ejemplo que Caracas dio”. Así, bajo las mil vallas publicitarias y ante los hipermercados, Caracas –que trataron de transformar en la Casablanca del madurismo– se sumó al sismo político que sacude al país.
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