El Acuerdo del CNE: ¿Quién le tiene miedo a la guarimba?

El gobierno de Maduro firma un nuevo pacto no para cumplirlo sino para aprovechar los traumas de 2017 y la ansiedad de la clase media

El pasado 20 de junio, Nicolás Maduro y ocho candidatos presidenciales –ninguno de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) o cercano a esta– suscribieron un acuerdo para reconocer los resultados que anuncie el Consejo Nacional Electoral (CNE) el próximo 28 de julio. El compromiso, ya presente en los Acuerdos de Barbados, no busca generar un efecto en el voto duro oficialista ni en sus tradicionales electores hoy descontentos. El mensaje pretende inhibir votos por Edmundo González en un sector de la clase media, que a pesar de autoidentificarse como opositora mantiene sus recelos con el liderazgo de María Corina Machado.

Desde el inicio de la carrera electoral la estrategia oficial ha sido dividir y fragmentar el liderazgo democrático e inhibir el voto en contra. Dado que era previsible que el candidato de la PUD no respaldara la iniciativa, esta negativa sería usada para fortalecer la narrativa estratégica de campaña impulsada por el Ejecutivo. Jorge Rodríguez lo evidenciaba en sus arengas a favor del acuerdo: “El candidato del pendón [Edmundo González], uno de los patarucos, no va a firmar nada. Claro, ya se sabe que va a cantar fraude, ¿estás comprometido con la violencia?”. Enrique Márquez, quien ha sido visto como un posible Plan D para la oposición si González es sacado de la carrera, tampoco firmó el acuerdo – que incluye el rechazo a las sanciones y el “reconocimiento” al CNE por el “cumplimiento a las garantías electorales”.

En días previos a la firma del acuerdo, Maduro –en su nuevo programa radial “Con Maduro de Repente” y justo antes de una playlist de salsa brava y trova cubana– usó la misma narrativa de Rodríguez, asegurando que el acuerdo propuesto permitiría “sentar las bases de la paz en función de que nadie vaya a inventar o pegar gritos de fraude, ni guarimbas”. El chavismo claramente está apelando al rechazo de algunos sectores tradicionalmente opositores con los episodios de insurrección y violencia callejera de los últimos años. 

Un ejemplo de estos sectores es Pedro (nombre ficticio): un caraqueño de casi 60 años que ejerce como profesor en una universidad privada de la capital. De formas creativas ha logrado surfear las olas de la crisis, haciendo consultorías y traducciones para terceros facturadas en dólares desde el inicio. Estos “tigritos” le permitieron redondear el salario digno que las aulas de clases le negaban. Con malabarismos, mantuvo a su núcleo familiar dentro del país y su hijo menor está a punto de recibir su título de licenciatura. Aunque nunca fue chavista, y tampoco votó por Nicolás Maduro, se juró a sí mismo nunca apoyar a María Corina Machado desde que las guarimbas le generaron dolores de cabeza al entrar y salir de su apartamento en el este de la ciudad. En las primarias votó por Andrés Caleca. Hoy, desde su cuenta en Twitter, no desaprovecha oportunidad para torpedear las iniciativas del partido Vente Venezuela.

Personas como Pedro son precisamente el target buscado por la campaña oficial que intenta explicar el conflicto –y capitalizar sufragios– como la confrontación entre la “paz”, representada por el oficialismo, y la “violencia”, hoy endosada a Machado.

Por supuesto, el rechazo de la oposición congregada en la PUD y el Comando Con Vzla proviene de los golpes a los Acuerdos de Barbados desde su firma en octubre del 2023. Aunque el acuerdo fue celebrado por el Foro Cívico –una plataforma que congrega sectores dialoguistas de la sociedad civil– y los candidatos “tercera vía”, González lo rechazó desde un principio: “Firmar un acuerdo, ¿para qué? El primero que ha violado los acuerdos que firman es el Gobierno. Ahí tenemos los Acuerdos de Barbados, que se han quedado en letra muerta”, explicó.

Efectivamente, el “Acuerdo parcial sobre la promoción de derechos políticos y garantías electorales para todos”, conocido como el “Acuerdo de Barbados”, establece en su artículo 3, numeral 12 el “reconocimiento público de los resultados de los comicios presidenciales”. Por primera vez las autoridades bolivarianas se habían comprometido a cumplir una serie de condiciones para que los ciudadanos pudieran disfrutar de su derecho de elegir y ser elegidos. Y como nunca antes la comunidad internacional concedió a Miraflores diferentes incentivos para que se honrara la palabra empeñada: la liberación de Alex Saab, flexibilización de las sanciones financieras y sectoriales y la revisión de las sanciones individuales. Sin embargo, desde el día siguiente de la firma del pacto en Bridgetown, el gobierno de Maduro comenzó a incumplir los términos de lo acordado. ¿Por qué estaría dispuesto a respetar un nuevo pacto? ¿Por qué se promueve la firma de un “acuerdo de respeto a los resultados” si se encontraba establecido claramente en el Acuerdo de Barbados?


De hecho, ya el chavismo –en marzo– había firmado el llamado “Acuerdo de Caracas” con sectores leales pero ajenos al PSUV como un “reemplazo” más “incluyente y abarcante” de los Acuerdos de Barbados, en palabras de Rodríguez. Para el chavismo, respetar las reglas de juego es lo de menos. Cada uno de sus discursos debe interpretarse pensando en el efecto que desean sobre la audiencia a la que van dirigidos.

Por ello, el objetivo de este nuevo pacto es neutralizar el voto de los Pedros, ese sector de clase media opositora, muy activa en redes sociales, que mantiene sus recelos sobre la figura de Machado. Allí, hay dos tipos de ideas fuertes presentes. La primera es que, en algún momento, Machado se saldrá de la ruta electoral e institucional debido a su supuesta irracionalidad antipolítica. La segunda, que ha sido comprada por un sector del empresariado, que la transición será incierta y costosa, social y económicamente por lo que Venezuela vivirá un período de caos e ingobernabilidad. 

De esta forma, el mensaje busca calar en esa clase media que ha logrado sortear la crisis y que pudiera pensar que lo mucho o poco que tiene –esa curva de adaptación que logró con la llamada “pax bodegónica” durante el corto período de crecimiento económico que siguió a la dolarización– pudiera estar en riesgo en un gobierno influido por la líder de Vente Venezuela. El efecto que se busca no es que voten por Nicolás Maduro, casi un imposible, sino impedir que por la presión social de su entorno elijan la opción de Edmundo González. “Es mejor malo conocido” se repite Pedro para sus adentros, convencido que aunque hoy las cosas no son las mejores, el “Hasta el final” traerá el apocalipsis.

Los esfuerzos oficiales sugieren que se intentará rebanar tantos votos opositores como sea posible, a partir de múltiples estrategias en diferentes dimensiones, con el objetivo de acortar la brecha entre González y Maduro e intentar revertirla. Está por verse si será eficaz. 

En Argentina, recientemente, el final de la campaña estuvo protagonizado por la misma antítesis: Miedo versus Cambio. Sergio Massa, ministro de economía de un país en crisis, no logró convencer que su gobierno sería algo diferente a la continuidad. Y ante la inexistencia de una promesa de futuro, creíble para los argentinos, centró el final de su campaña en el apocalipsis que vendría si el país fuera gobernado por los otros. Finalmente, Milei obtuvo el 55% de los votos y logró el apoyo mayoritario en 20 de las 23 provincias del país. Luego de 20 años de kirchnerismo la población estaba convencida sobre la necesidad del cambio. Cuando se llega a un límite las amenazas no detienen el deseo de vivir de manera diferente.