Diez años fuera, diez lecciones

Cada experiencia migratoria es única. Esto es lo que he aprendido hasta ahora de la mía. Tal vez se parece a lo que has aprendido tú

  1. Algunas cosas son más fáciles de decir en el otro idioma. Al menos para mí, es más fácil escribir esto en inglés que en español. 
  2. Como pasa con cualquier otra forma de duelo, el dolor migratorio (en caso de que tú lo sientas; hay gente afortunada que no sufre de eso) no desaparece. Más bien se convierte en algo más manejable, siempre y cuando uno lo permita.
  3. Mosca con la nostalgia: déjala fluir a través de ti como una emoción agridulce, ojalá que creativa, y no que se apodere de ti y te convierta en una estatua de sal como la mujer de Lot en el Viejo Testamento, congelada por estar mirando atrás.
  4. Cuando pasas algún tiempo afuera dejas de ser completamente del país de donde vienes, pero nunca puedes ser completamente del país a donde llegaste. Es inevitable empezar a desprenderse del punto de partida, mucho más si ese lugar no deja nunca de cambiar, como es el caso con Venezuela; y la integración en el punto de llegada es posible, hasta cierto punto. Para mi gente en Venezuela yo me convertí en otra cosa; para la gente acá, siempre seré un inmigrante, nunca uno de ellos. Somos híbridos. Lo más sensato es asumirlo y aprovecharlo. 
  5. La identidad es algo real. Te podrán decir que es un constructo, o lo que sea, pero es de verdad. Incluso si decides que tú no perteneces a ninguna parte, tienes que encarar el concepto y decidir si te sometes a él o no (si puedes). Tienes una identidad, nacional o binacional o multinacional, quieras o no, y sin duda la tienes para los demás. No te preocupes demasiado por quitarte las etiquetas de la frente, porque para la gente con la que te topas esas etiquetas siempre serán visibles, así que es mejor tratar de controlar lo que van a leer allí.
  6. Te podrás desconectar de las noticias, de la actualidad, de la política de Venezuela, pero seguirás siendo una persona venezolana en muchos aspectos, como en tu acento o tu sentido del humor. Porque lo que te liga a un lugar o una identidad no es el presente, sino el pasado; es la memoria, no la experiencia contingente.
  7. La gente en Venezuela no tiene nada de malo por sí misma. Ya yo sabía eso, pero vivir en un país tan distinto como Canadá me demostró que la humanidad es más o menos lo mismo en todos lados, obviamente más allá de unos cuantos matices culturales. Lo que distingue la vida en un país de la vida en el otro es la calidad institucional: ese producto de la historia, las posibilidades económicas y los incentivos políticos que permiten la implementación del estado de derecho y hacen que una sociedad funcione. Libérate de esos prejuicios positivistas del siglo XIX sobre cuán flojos, o corruptos, o bárbaros son los venezolanos; sólo recuerda cómo tanta gente que creció en sociedades supuestamente avanzadas empezó a comportarse con la pandemia.
  8. No dejes que tus chamos crezcan sin el español. Eso también es su herencia y ellos tienen derecho a ella. Saber español no les va a impedir integrarse al país donde viven. Hay suficiente espacio en sus mentes y en sus corazones para ambos idiomas, y hasta para un tercero y un cuarto, sobre todo si son chiquitos.
  9. Una vez dejas el país donde naciste, entiendes que ningún destino debe ser asumido como definitivo. Luego de dar ese salto tan grande que es dejar Venezuela es más fácil irse a cualquier otro sitio, si aparece una mejor oportunidad. De manera similar, no debes asumir que no volverás nunca en el futuro, o al revés: que lo que pensabas que era una aventura en tierras exóticas no se convertirá en una mudanza permanente.
  10. La migración te puede hacer muchísimas cosas. Te hace cambiar, no importa cuánto te resistas. Algunos florecen con la migración, otros se marchitan. En mi caso, puedo decir hasta ahora que vivir afuera me rompió el ego en pedacitos y me hizo experimentar formas de tristeza que yo desconocía. Pero también me ha obligado a destilarme en una versión más afilada, enfocada y (espero) mejor de mí mismo. Es lo menos que uno puede sacar de una crisis existencial. Y migrar sin duda te mete en una.