Las doñas de El Cafetal tenían razón
La clase media siempre fue el corazón de la oposición. Pero años de fracasos políticos y traiciones la despolitizaron. ¿Hasta ahora?
Es miércoles 14 de febrero de 2024 y estoy en el centro comercial Sambil de Chacao. El mall muestra una actividad inusual para un miércoles, pero normal para San Valentín: niñas con ramos recién entregados, niños esperando nerviosos sosteniendo flores, parejas yendo al cine o a comer y personas con cruces en la frente porque este año coincidió con el Miércoles de Ceniza.
Incluso hay una boda colectiva frente al ascensor. Es una tradición del Grupo Sambil desde 2005, pero fue interrumpida en 2016 debido al rápido colapso del país. Gustavo Duque, alcalde de Chacao, es el oficiante de la ceremonia. Alfredo Cohen le da la bienvenida y dirige unas palabras felices a los presentes.
Dos días antes, Luis Miguel dio un multitudinario concierto en el Estadio Monumental Simón Bolívar. En las calles, la gente se toma fotos junto a Las Meninas, una exposición de arte pop que todo el mundo parece amar. Los Tiburones de la Guaira ganaron la Serie del Caribe y esa misma semana la selección Vinotinto U23 estuvo cerca de clasificar a los Juegos Olímpicos de Verano de Fútbol.
Descrito así, parece un día cualquiera de 2006. Pero no. Esto sucede la misma semana en que la experta en asuntos militares Rocío San Miguel fue desaparecida forzadamente junto con su familia. La misma semana supimos que un jubilado de PDVSA también fue detenido y desaparecido por días. La misma semana en la que se cumplen más de veinte días desde que tres dirigentes de Vente Venezuela fueron detenidos, incomunicados e impedidos de ejercer su propia defensa.
Pero este no es un artículo más sobre la “burbuja” de Caracas. Tampoco es un grito contra el consumismo ni una condena moral al disfrute de la vida. Aquí busco hablar de la despolitización de la Venezuela actual; entender qué ocurrió para que en una buena parte de la sociedad venezolana hoy prevalezca la indiferencia respecto a la política, la represión, las torturas y el avance autoritario del régimen.
Porque sí, aunque pese, es un hecho real: una buena parte de Venezuela se ha despolitizado. Y aunque es muy fácil montarse en un pedestal moral y tirarles piedras a las personas por estar más pendientes de ver a Luismi que de “luchar”; creo que es más complejo entender qué ha ocurrido, qué hechos a nivel emocional, sociológico, económico y político explican esta suerte de anomia en la que está inmersa una buena parte del país.
El núcleo de la oposición
Las movilizaciones de 2002 que desembocaron en el 11 de abril; las marchas de los meses siguientes; la toma de Plaza Francia por militares disidentes; el paro nacional de diciembre de ese mismo año y enero-febrero del año siguiente; el referéndum revocatorio; protestas por el cierre de RCTV; las manifestaciones por el fraude electoral de 2013; las brutales protestas de 2014 y las aún más numerosas de 2017 y finalmente el apoyo a la fallida transición liderada por Juan Guaidó .
Todos esos episodios tuvieron algo en común. Es una verdad incómoda, que a muchos les duele recordar, y es que fueron movilizaciones de clase media.
No digo que la clase media sea la única que se opone al chavismo. A decir verdad, el chavismo siempre, incluso en tiempos de altos precios del petróleo y con Hugo Chávez regalando dinero a diestra y siniestra, tuvo a medio país en contra. En ocasiones esa mitad del país bajó al 45% del electorado, pero en la práctica la mitad de Venezuela siempre se le opuso desde el primer día.
Sin embargo, a la hora de movilizarse socialmente, la cosa era muy distinta. La oposición al chavismo siempre tuvo gran convocatoria a nivel social en ese sector, la clase media venida a menos, que se formó durante el sistema democrático (58-98) y a la sombra de la renta petrolera, para mal y para bien.
Fueron ellos los primeros en advertir que el chavismo se convertiría en un régimen dictatorial calcado de la revolución cubana. Y también fueron ellos los primeros en movilizarse a la calle en 2001, cuando Chávez tenía un liderazgo indiscutible, los partidos políticos estaban de capa caída y todavía el discurso oficial de estar enfrentando a las viudas de “la cuarta república” tenía pegada. En esos años el decreto 1011 y la sentencia 1013 movilizaron a una clase media que comenzaba a ver como algunos de los pilares del sistema que los había formado —la libertad de expresión y la educación privada— resultaban amenazados.
No es que no hubiera personas pobres contra el chavismo, o que no participaran en las iniciativas opositoras. Por supuesto que las hubo. Lo que sí es un hecho es que, si analizamos la oposición como movimiento social, su base social siempre ha estado en la clase media.
Y, sin embargo, pocos reconocen a esas personas.
Profetas de El Cafetal
Del lado intelectual siempre ha existido un innegable desprecio hacia la clase media. Para cierta intelligentsia venezolana, los “sifrinos” siempre han representado algo así como el peor de los males. Esto es lo que nos dicen esos intelectuales acomplejados cada vez que escriben cursilería sobre lo horrenda, inculta, despreciable y espantosa que es la clase media que lee sus libros, va a sus eventos, escucha su música o ve sus cortometrajes y películas. Una clase media, según ellos, formada por tontos, vacíos, plásticos, brutos, consumistas, superficiales, mayameros y el insulto que apareció en los primeros años del chavismo: Doñas de El Cafetal.
Con “doñas de El Cafetal” se categorizaba a una señora regordeta, paranoica y fanática de Martha Colomina, que exageraba cuando mostraba su preocupación por el chavismo y su tendencia a la extrema izquierda. Esa paranoia, nos explicaba cualquier articulista-opinador-analista apenas tenía oportunidad, era parte de los prejuicios clasistas de un sector prepotente de la sociedad y no tenía sustento alguno en la realidad.
Además, argumentaban que ocuparse en esas pequeñeces era un error, ya que la oposición debía construir una mayoría sostenida que reclamara una solución para los “problemas de la gente” y no que se enfocara en pendejadas anticomunistas y republicanas.
Hoy, cuando el país está intervenido por agentes cubanos que vigilan a los disidentes y a nuestras fuerzas armadas; hoy en que cientos de personas han sido detenidas y sometidas a juicios de pantomima por oponerse al gobierno; cuando hay cientos de personas asesinadas por el régimen y miles de personas heridas y torturadas; cuando incluso tenemos nuestro balseros muriendo mientras intentaban llegar a Trinidad y Tobago, estos genios del pensamiento han sido incapaces de admitir que subestimaron al chavismo y que aquellas “despreciables” señoras siempre tuvieron razón.
Sifrinos vs. Políticos
El chavismo llegó al poder en medio de un enorme descrédito de la actividad política. Y esa clase media, en su momento promotora de la antipolítica, tuvo mucho que ver en el descrédito.
En parte por esta razón, esos primeros años de antichavismo tuvieron un marcado acento antipolítico. Durante la crisis nacional de 2002-2003, los partidos políticos se vieron excluidos y desplazados del liderazgo de ese movimiento. La llamada “sociedad civil” se movilizó por iniciativa de la confederación sindical CTV y el gremio empresarial Fedecámaras, exigiendo las mismas consignas antipartidistas que llevaron al chavismo al poder.
La derrota de ese movimiento, que quedó sellada con el referéndum revocatorio de 2004, fue el momento ideal para que los partidos iniciaran una recuperación en su valoración pública. La idea de que lo hecho en años anteriores había sido un error se convirtió en norma: que la solución era política y electoral y que el pasado estaba lleno de aventureros irresponsables. La oposición encabezada por líderes empresariales, periodistas, miembros de sindicatos, figuras de ONG y artistas del entretenimiento fue reemplazada por líderes políticos y figuras de opinión como Teodoro Petkoff, quien se convirtió en una especie de anciano sabio cuyas opiniones en TalCual dictaban la pauta del pensamiento dominante.
Y, sin embargo, a pesar de ese discurso, la clase media nunca abandonó esa oposición política a la que dio sus mayores triunfos electorales y su recuperación partidista. Es imposible imaginar partidos políticos como Primero Justicia y Voluntad Popular sin la movilización decidida de esa clase media con la que mantenían una relación tensa y al mismo tiempo simbiótica.
Y ahí está el meollo del asunto: la oposición política quedó esperando un “estallido social” tipo Caracazo que nunca ocurrió; una reacción de sectores que hasta 2012 no dejaron de acompañar a Hugo Chávez.
Y mientras la clase política esperaba a las mayorías, en 2013 comenzó una ruptura entre la clase política y esa base social que siempre estuvo movilizada contra el chavismo.
El fraude electoral denunciado por Henrique Capriles y su actitud de primero convocar y luego desconvocar manifestaciones callejeras significó un respiro. En 2014, con La Salida, quedó claro que esta clase media ya no se sentía representada por la estrategia electoral-institucional de la oposición vigente desde 2004.
Los años siguientes, con sus reveses y fracasos, siguieron encendiendo la mecha de la indignación y el divorcio fue absoluto a partir de 2017. El fracaso del gobierno interino de Juan Guaidó, que alimentó un frenesí emocional, fue el golpe final para estos liderazgos.
La ruptura se confirmó con la enorme derrota que todos los líderes de lo que podemos llamar la oposición tradicional sufrieron en octubre de 2023 a manos de María Corina Machado en las primarias.
¿El daño está hecho?
Hoy se sabe que la mayoría de los venezolanos está en contra de Maduro y el chavismo. Pero esta mayoría no se expresa en términos de movilización social o de calle. Los gremios protestan, sí, pero sólo para pedir mejores mano de obra y salarios.
Es cierto que muchos venezolanos hoy parecen dispuestos a votar o incluso organizarse en estructuras como la “comanditos” propuesto por María Corina Machado como parte de la red 600K. Pero no parecen dispuestos a salir a las calles para exigir el fin del régimen. Y menos aún asumir el costo en represión, muerte o persecución que esto conlleva.
Los que lo estaban ahora están desconectados de la política. Están entregados a una suerte de evasión permanente, ya sea tratando de vivir dentro de la burbuja comercial surgida en 2019 o negando la realidad, en una especie de reacción psicológica post-traumática.
Una amiga mía lo resumió de forma genial hace días cuando le conté que Simón, la película de Diego Vicentini, se estrenaría en Netflix. “No la fui a ver en el cine, no la quiero ver en Netflix. Necesito creer que esos años no existieron”, me dijo.
Y hoy, mientras el régimen avanza a pasos agigantados en su escalada represiva, muchos exigen a estos ciudadanos mostrar su compromiso con el país: “¿Por qué no salen a indignarse como lo hacían hasta hace unos años?”. Pues aquí te dejamos algunas preguntas que pueden ayudarnos a descifrar ese enigma:
¿Qué impacto ha tenido en la clase media la migración masiva que ya abarca al 20% de la población venezolana? ¿Cómo cambian los objetivos de vida de personas que tenían, digamos, 20 años cuando Chávez llegó al poder y hoy tienen 45 años, contemplando un cambio que parece imposible mientras buena parte de su vida adulta ya pasó? ¿Es apropiado condenar moralmente a las personas de clase media porque hoy pueden darse el lujo de ir a un restaurante, a un concierto o a un centro comercial después de años de escasez, miseria y represión? ¿No correspondería a la oposición dejar de lado esa moralina e intentar que estas personas combinen su alivio comercial con un compromiso político nuevo? Y finalmente, ¿alguien se responsabilizará de los enormes fracasos políticos que para muchas personas han significado desilusión y desconexión con la clase política?
Flash forward: ahora es viernes 22 de marzo. El régimen ha impedido que María Corina Machado registre su candidatura en el CNE. Por la tarde, una rueda de prensa para anunciar quién será el reemplazo de Machado en las elecciones (veremos si la dejan registrarse) destaca por algo: esta imagen.
Sí. Mujeres. Mujeres de clase media. Las doñas de El Cafetal vuelven a dar la cara por un país que está dividido en dos partes: una sobrevive como puede fuera de la burbuja económica del centro; y otra, en su mayor parte, permanece ajena a las tribulaciones electorales. En medio de esto, una vez más es una señora de clase media, Corina Yoris –una académica con un sorprendente e impecable currículum– es quien toma las riendas en medio de la tragedia.
¿Por qué nos cuesta tanto reconocerlo?
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