La era Chataing en el hueco de la desmemoria
El fallecimiento casi inadvertido de Gustavo Cisneros es síntoma del impacto del chavismo en nuestra memoria colectiva
Cuando Gustavo Cisneros –propietario de uno de los grupos de medios en español más grandes del mundo y del alguna vez casi dominante canal de televisión venezolano Venevisión– murió a finales de diciembre, fue impresionante ver el poco impacto que tuvo esa noticia en Venezuela. Más allá de las acusaciones contra el titán empresarial, a quien algunos culparon vagamente en Twitter como responsable del chavismo, la respuesta de la mayoría fue realmente de indiferencia.
De hecho, fue en República Dominicana, donde se le rindió un tributo en el Congreso.
Fue otra evidencia de que el chavismo fue capaz de hacer una revolución completa y exitosa: un orden sustituyó a otro y creó un nuevo status quo hasta el punto de que quienes se oponen a la elite gobernante lo hacen usando las leyes, normas y códigos culturales de quienes iniciaron la revolución. Es decir, se oponen al chavismo como movimiento político, pero lo hacen dentro de su marco conceptual y utilizando sus códigos culturales.
En este sentido, y contrariamente a lo que afirman algunos analistas irresponsables, la revolución bolivariana es –en todo efecto– una revolución. La historia anterior a su existencia, los valores anteriores a su orden impuesto, están cada vez más difusos y sólo persisten en la memoria de pocos.
Si quisiéramos hablar con alguien que fuera un adulto en los años ochenta, cuando la Venezuela saudita agonizaba, tendríamos que ir a conversar con una persona ya entrada en su tercera edad. Y si quisiéramos preguntarle a alguien cómo era una Venezuela estable y próspera en los años setenta, sería imposible hacerlo con alguien menor de ¿setenta años? Es imposible que ese cambio generacional no tenga efectos culturales.
Un neuralizador para la Venezuela de finales de los años 90
Este no es un artículo nostálgico. Tampoco es un artículo sobre la nostalgia. Es, de hecho, un artículo sobre las revoluciones; sobre una revolución en particular, sobre el olvido. No es sobre la juventud perdida, sino sobre la juventud borrada, la desmemoria, el flashcito rojo de los Men In Black eliminando tus recuerdos e implantándote otros.
Todas estas reflexiones surgieron a raíz del video “Fe de Erratas: Luis Chataing [y qué puede aprender de Danny DeVito]”, de Hammerspace Podcast. En ese episodio de su programa, Cristian hace un recorrido por la carrera de Luis Chataing, su caída y el odio que despierta el personaje hoy en día.
Al verlo, me preguntaba si las personas entendieron quién fue y qué significó Chataing para mi generación. Contrario a lo que podrían pensar algunos, Luis Chataing fue una de las figuras comunicacionales más originales, interesantes, disruptivas y talentosas de los años noventa.
Su marca de franelas, su programa de radio, su salto a la televisión, la ruptura de patrones y tabúes comunicacionales, la irreverencia y el uso de un humor nada común en el mundo local, hicieron de Chataing una figura referencial y muy influyente en Venezuela.
En una época en la que asimilar influencias alternativas extranjeras (principalmente norteamericanas) no era tan fácil como hoy gracias al Internet, Chataing formó parte de un país alternativo e irreverente que formó a los jóvenes de la época. Junto a él: el diario Urbe, su directora Adriana Lozana y su escritor Eric Colón, Gabriel Torrelles, Alejandro Rebolledo y Henrique Do Couto; el Festival Nuevas Bandas, los Miércoles Alternativos, Cayayo, DJ 13, las batallas de rap en Los Próceres, los grafiteros, la ropa Neutroni, la tienda de música Esperanto, aquel gordo que tenía una tienda de CD usados en Chacaito, discotecas como La Flor o The Doors, Félix Allueva, el presentador de televisión Stayfree, la Belle Epoque, el circuito de bandas de rock caraqueñas, periódicos como La Merma Impresa, los punks del CCCT, el fotógrafo Fran Beaufrand, el DJ y artista visual Muu Blanco, el DJ Tony Escobar, programas de radio como El Show de la Gente Bella, Rockadencia, El Show de la Mañana y Zona Radical; los rockeros de Mérida acusados de ser parte de una secta satánica, las raves, locutores de radio como Ely Bravo y el gato Guillermo Tell, los spots de concientización sobre el VIH de la Fundación Daniela Chappard, la revista Exceso…
Ese país, por cierto, tenía enemigos. Porque éramos jóvenes e irreverentes y teníamos que odiar a alguien. Entonces odiábamos a Gustavo Pierralt, porque decía “gracias por existir” a quienes hacían llamadas en vivo a su programa. Si admirabas a Chataing odiabas a Daniel Sarcos. Si te gustaba Urbe odiabas una revista juvenil que circulaba por la UCV y de la que no recuerdo nada. En el programa de radio Rockadencia, los locutores Gustavo Zambrano y Fernando Ces rompieron el primer disco de DespuesDeVieja porque Ramón Castro, su guitarrista, había protagonizado una telenovela adolescente de RCTV y no se lo perdonaron. Y Metro Zurdivision odiaba a Los Amigos Invisibles, y así sucesivamente.
La nostalgia y el olvido son parte de la vida. Si puedes olvidar tus amores juveniles y devaneos suicidas, ¿cómo no vas a olvidar a una bandita punk llamada La Puta Eléctrica?
Pero lo de Venezuela no es olvido ni treintones nostálgicos queriendo volver a un país en donde todos ya envejecieron. No, aquí hablamos de un nuevo orden establecido y de un orden antiguo robado. Y no parece quedar registro de ese país.
En el caso de Chataing, lo que motivó el vídeo de Cristian es Masterclass de Chataign, en la que recorre toda su carrera como entrevista de personalidad en poco menos de dos horas y veinte minutos, y la entrevista que Chataing concedió a Oswaldo Graziani en su podcast “Chiste Interno” donde hablaron de los principales temas de su carrera.
La masterclass como relato de una época es tremenda. Allí, Chataing nos habla –a través de los hitos de su carrera– de una forma de comunicación y de un medio que desapareció. Pero no fue la tecnología y el paso del tiempo lo que los destruyó, sino un tsunami cultural llamado chavismo.
Fue el chavismo el que eliminó las emisoras de radio en Venezuela; a la rebelde 92.9 FM (y eliminó todo contenido incómodo de su rival La Mega Estación). Fue el chavismo el que llevó al apolítico Chataing a meterse en la política. Y no solo a él, sino a toda la farándula artístico-mediática de la clase media, la cual fue derrotada y olvidada al poco tiempo.
Escuchar a Chataing resulta entonces un viaje. Algo similar a ver el documental que Gustavo Cisneros se mandó a hacer unos meses antes de morir. Puede que ambos productos estén hechos a la medida del ego de sus productores, pero uno sabe que el recuento –que salvaguarda un recuerdo– vale la pena.
Cisneros fue un empresario visionario y brillante que supo ver nichos de mercado que nadie vio antes que él. Sus jugadas están entre las más sagaces de la historia empresarial del país y su empresa más influyente es reflejo de la idiosincrasia venezolana. Y sí, eso puede espantar a algunos que ven en Venevisión y su estética y contenido una muestra condensada de los peores males culturales de Venezuela.
Del otro lado, uno asiste al ascenso de un comunicador que rompió paradigmas como pocos en su época, el típico outsider que tomó por asalto un medio vetusto y supo modernizarlo, romperlo e imponer tendencias en él.
Pero el ánimo de estos tiempos no refleja eso. En cambio, muestra una suerte de vergüenza de la clase media opositora en reconocerse en ese pasado. “Chataing es un imbécil sin talento que solo influenció a comediantes mediocres”, dicen en redes con un simplismo algo injusto. Tan injusto como darle a Gustavo Cisneros la responsabilidad de la consolidación chavista, como si fuera el culpable de que la mayoría del pueblo venezolano viera en un golpista parlanchín y resentido la solución al agotamiento democrático de Venezuela.
No me pondré con pistoladas psicológicas aquí, pero creo que hay mucho de trauma mal asimilado en ese odio desaforado que cada cierto tiempo le descargamos encima a cualquiera que fuera parte de algunas de las etapas del chavismo en condición de opositor.
Los venezolanos que vivían pegados a Venevisión durante el paro de 2003, esperando que Napoleón Bravo o Anna Vacarella les dijeran qué pensar, son los que hoy aborrecen a Cisneros y lo acusan de “traidor”. Los venezolanos que creían que Nacho, el reggaetonero, era un joven brillante y lúcido en 2016, son los que hoy se hacen eco de sus chismes faranduleros y aplauden esos videos patéticos en donde el cantante berrincha por un chiste. Y los mismos que hace cuatro años creían que Juan Guaidó era la reencarnación de Churchill, son lo que hoy le acusan de bon vivant jugador de pádel.
Las esperanzas blancas
Pero como dice una canción de Caramelos de Cianuro, que precisamente habla sobre la nostalgia juvenil: “Yo lo sé, eso no fue hace tanto; yo lo viví, a mí no me lo contaron.”
Así que yo recuerdo cuando el país amaba a Venevisión. Yo estuve en una marcha en 2003, cuando el tigrito del canal se subió a una tarima a bailar y las señoras abajo se volvían locas. Tan locas como cuando Chataing llegaba a las marchas y todo le aplaudían.
Por esos días Chataing se reconcilió en público con Daniel Sarcos. Aquel era un signo de “unidad”, que las personas reclamaban frente al odio y la división chavista. Y luego, cuando giró por el país con su programa de televisión sacado del aire por Conatel, yo recuerdo a esa clase media que llenaba sus shows y le gritaba que “se lanzara” a la política.
Yo recuerdo a las señoras que amaban a Nacho, a Fabiola Colmenares, a Ramos Allup, a Leopoldo, a Guaidó –y a Chataing y a Cisneros, y ahora a María Corina Machado– y a cualquier otro con cara de saber leer y escribir, que representara al antichavismo. La misma pasión con que se les amaba e idolatraba, fue con la que se les apedreó y se le mandó al olvido.
En Venezuela hemos convertido a estas figuras en las esperanzas blancas frente al chavismo. Un día los creemos geniales y nos esperanzamos con ellos. Al poco tiempo, nos decepcionamos porque “no tumbaron al chavismo”, y los acusamos de traidores.
¿La mejor forma de librarnos de ellos? La misma de la mujer despechada que corre a Twitter a decirle a todos que su exnovio era “tóxico”, y que todos sus orgasmos con él eran fingidos. Las dos caras de una misma moneda: la decepción, la tristeza por lo perdido, el despecho por un fracaso que no se sabe asimilar. Y lo más importante: la visión de responsabilidades propias en el desastre.
¿Pasará lo mismo ahora con María Corina Machado, la nueva depositaria de nuestras esperanzas? Espero que no.
En cambio, así como lo mejor al terminar una relación es asumir las responsabilidades propias y tomar nota de las lecciones para poder afrontar el siguiente noviazgo, en Venezuela nos convendría dejar de satanizar a quienes fracasaron en el antichavismo y aprender de los errores cometidos. Pero es más cómodo lavarnos las manos y drenar nuestras culpas tirando piedras. Así, vaya ironía, contribuimos a la revolución y su necesidad de hacer que olvidemos todo lo que había antes de ella.
Vale decir que creo que productos culturales como “Free Cover”, el Cusica Fest, la película “Simón” de Diego Vicentini, o el podcast “Venezolanos” de Rafael Arráiz Lucca apuntan en una buena dirección: una que no ceda a la idealización excesiva del pasado, como hacen los nostálgicos; pero tampoco al berrinche rabioso de quien pretende olvidarlo todo para no recordar sus fracasos.
Sin embargo, creo que conviene ir reconstruyendo la historia de nuestra democracia y del país donde crecimos. Es necesario revisitar los hitos recientes, el 2002, el referéndum revocatorio y la vida cultural de los primeros años del chavismo. Todo eso que nos acompañó hasta llegar aquí. Y hacerlo sin victimismos, sin la lloradera de “pueblo traicionado”, con la que siempre nos contamos a nosotros mismos nuestra propia historia.
Así sea solo por historiografía. Por dejar constancia de lo arrasado.
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