“Ese sentimiento, que me puedo imaginar, que siente alguien que va a ser asesinado y se ve acorralado."
Esta tarde, a las 3:27pm, arranca una Cadena de Radio y TV. Nicolás Maduro habla a los estudiantes oficialistas desde la Avenida Universidad en Caracas. En sus casi 60 minutos de discurso repudió, entre otras cosas, los ataques a la Unefa en el Táchira. Tiene razón, fueron imperdonables. Pero mientras insistía en proteger a las “universidades públicas”, no podía dejar de preguntarme, ¿y qué del ataque a la UCAB? Y, aún más, algo que otros como yo se preguntaban por Twitter: “@robertodeniz: Maduro dice estar muy indignado por lo sucedido contra la Unefa. Nada dice de la paliza que le dieron a estudiantes e[n] la UCV”. A continuación les presento una crónica que creo necesaria. Una crónica de los ataques a los estudiantes de Arquitectura de la UCV el pasado 19 de marzo de 2014.
Como fue por WhatsApp, sé exactamente a qué hora lo supe. El miercoles 19 de marzo, a las 8:01pm, una amiga me escribe: “para los q dicen que los colectivos son gente de paz. A mi hermano que no mata ni una mosca le cayeron a golpes en la facultad de arquitectura”.
El hermano de mi amiga no quería hablar de eso; lo entiendo. Pero uno de sus compañeros me manda un mensajito: “cuando quieras ahorita estoy disponible” para hablar, y otro me escribió “yo estoy dispuesto a contarlo todo cuenten conmigo”.
Por su seguridad, no usaré sus nombres reales. En su lugar, los llamaré Diego y René.
Diego, de 21 años, iba a pasar el día en la Facultad de Arquitectura porque “había conferencias, un cine foro y después en la tarde era la asamblea estudiantil”. René, quien está a punto de cumplir 23, llegó a la UCV a la 1:00pm para la asamblea, donde iban a hablar sobre sus posibilidades: “ir a un paro activo, ir a un paro definitivo, continuar con las clases… ¿qué hacemos?”.
Después de algunas horas de asamblea, a las 3:30 p.m., Diego, René y decenas de estudiantes de Arquitectura de a UCV, toman un receso para almorzar. Al volver, notan que las pancartas de “Seguridad”, “Libertad”, “Justicia” y “Respeto” que habían puesto en la torre de salones de la Facultad – en la pared que da justamente hacia el autopista, frente a la Universidad Bolivariana – estaban siendo tumbadas y cambiadas por un grupo de 8 personas no identificadas, o “infiltrados” como los llamó Diego.
Ahora en la torre se lee una sola palabra: Chávez.
René cuenta que los estudiantes decidieron cerrar todos los accesos hacia la torre de aulas, “la escalera de seguridad, los dos ascensores que estaban funcionando en ese momento y la escalera central que da acceso a la torre. Trancamos con sillas, mesas, escritorios. Todo lo que conseguimos, para asegurarnos que ellos se mantuvieran ahí”. Diego dice que a los infiltrados “los encerramos en las escaleras porque no sabíamos que hacer. Parecía que había unos armados”.
Los estudiantes que se habían reunido a organizar su semestre, ahora buscan protegerse.
Los infiltrados que habían cambiado las pancartas se identifican como supuestos estudiantes de la UCV y dicen que quieren negociar su salida de la torre. Mientras, Diego y sus compañeros discutían sobre si es mejor dejarlos encerrados toda la noche, porque “estaba oscureciendo, la universidad estaba sola. Entonces si esperábamos más, era peligroso para todos”.
Tras horas de negociación -incluyendo la intervención de un compañero oficialista y de miembros del Centro de Estudiantes de la Facultad – Diego, René y sus compañeros se hacen a un lado para que los infiltrados salgan de la torre. Con esto, el 19 de marzo a las 6:15pm, se da inicio a –por lo menos – 30 largos minutos de terror.
René dice que “no había pasado ni un minuto” de que decidieran dejar salir a los infiltrados, “cuando en la puerta [del edificio] se para un tipo sin camisa, con una franela blanca tapándose la cara y un arma en la mano diciendo: ‘aquí llegaron los colectivos’”. Según Diego, el encapuchado “lanzó una bomba y ahí explotó el rollo”. Además, aclara que el encapuchado no estaba solo; detrás de él “habían muchos”.
Algunos estudiantes corrieron hacia el cafetín, otros se escondieron bajo el “stand de seguridad” – un mueble que está allí en la entrada del edificio. René, Diego y otros 20 decidieron correr al fondo de la Facultad. Trataron de entrar a los salones, pero estaban cerrados. Y al llegar al final del pasillo, encuentran la salida de emergencia trancada con candado.
René dice que dejaron sus intentos de romper el candado con una silla cuando una compañera grita que del lado de afuera hay motorizados. Se dan cuenta que están en una esquina, acorralados. Tienen un pasillo a la derecha y otro a la izquierda, pero los dos convergen en el mismo punto: todos los caminos llevan a los encapuchados.
Durante lo que René llama “un momento de calma” en el que supone que los colectivos liberaban a los infiltrados que estaban dentro de la torre, Diego y nueve compañeros se acercaron como a cien metros de la salida del edificio y cuando vieron “que estaba como libre” corren hacia ella. Justo después, de la nada, “salió una bomba lacrimógena. A mí [Diego] me explotó al lado la bomba y yo me asfixie”. Los diez estudiantes corren de vuelta a la “esquina acorralada” con el resto de sus compañeros.
René –que no se había movido de la esquina del fondo de la Facultad- dice que tras oír las detonaciones de las bombas lacrimógenas, volteó a la derecha y a la izquierda, y vió a encapuchados de lado y lado con tubos y palos.
“Te podrás imaginar el terror que sentimos en ese momento, de vernos acorralados todos (…) yo dije: ¡aquí fue! Yo en algún momento pensé que iba a ser una masacre, porque los tipos tenían pistolas en la mano”.
Del terror, René y sus compañeros se montan “unos sobre otros” para intentar crear un escudo humano y protegerse entre ellos mismos. Diego logra esconderse debajo de “una pila de mobiliario viejo que no se usa”.
Los estudiantes que tratan de enfrentar a los grupos armados para salir del edificio son fuertemente golpeados. Los que están más hacia afuera del “montón” o escudo humano de estudiantes, incluido René, intentan cubrirse las caras mientras reciben una golpiza con tubos y palos.
En la foto se ven las huellas de botas que quedaron marcadas en las caras de algunos. En otras se ven cabezas rotas ensangrentadas. Diego sigue escondido “debajo de un escritorio” sin moverse por temor a que lo descubrieran, pero “oía todo y veía todo”.
Mientras golpean a los estudiantes, los infiltrados gritan “llegaron los colectivos”, “¿así es que piensan tumbar al gobierno?”, “Chávez vive” y “ustedes son unos fascista y por eso los vamos a golpear”.
Uno se dedica a grafitear la pared: “esta mierda es de la izquierda”.
Diego, escondido debajo de su escritorio, está en shock. No puede creer los gritos de las mujeres mientras son golpeadas. “Los gritos eran horribles”.
René, en su montaña humana, abraza a dos amigas para protegerlas. Le arden los ojos por el gas de las lacrimógenas. Estaba “asfixiado, llorando”. No sabe cuánto va a durar esto y se pregunta “¿qué nos va a pasar? ¿Quién nos va a defender?”
Diego dice que logró ver que algunos infiltrados eran mujeres y vio “a una sin la cara tapada ni nada”. Cuando una de estas mujeres grita “nos retiramos, nos retiramos”, René piensa que todo termina ahí, pero no.
Los armados dejan salir solo a las mujeres. No a los hombres. Luego de decirle “no te hagas el pendejo”, a René y a sus compañeros les mandan a quitarse la ropa y los dejan en interiores. Luego les abren paso y les dicen “corran”, mientras intentan pegarles en la cabeza y en las piernas con tubos y palos. René agarra su pantalón y sus zapatos y empieza a correr. “Por suerte logré esquivarlos todos”, dice, pero esa no fue la suerte de todos. Cuando casi llega a la salida, un infiltrado trata de bloquearla, pero logra esquivarlo nuevamente.
La indignación de René crece al ver que “había dos bomberos ahí parados [en el pasillo] con máscaras, solo viendo”, y que al salir a la calle y tratar de agarrar aire, los bomberos ni tratan de auxiliarlo. Solo le dicen “váyanse, váyanse rápido, que por ahí andan dando vuelta los motorizados”.
René y algunos de sus compañeros corren a la estación del Metro que queda a medio kilómetro de la Facultad y al llegar sienten alivio por primera vez. Ya eran cerca de las 6:45pm, la UCV estaba sola y ya el sol casi desaparecía del horizonte. Después de todo esto, René no se fue a su casa. Se quedó y ayudó a llevar a heridos al Clínico. Incluso después, acompañó a otro amigo a una clínica.
Para Diego, la cosa fue más larga. Media hora luego de que termina la golpiza, finalmente sale de su escondite y se da cuenta que mandaron a desnudar a sus compañeros, ya que “ahí mismo está tirada ropa, zapatos, todos los bolsos”. Al salir a la calle, “estaban los bomberos en la puerta de la facultad. Pero no me dijeron nada ni se acercaron a mí. Yo me fui corriendo”.
Tras abrazar a una amiga que consigue afuera, Diego fue a buscar su carro y al llegar ve que los infiltrados le habían reventado el parabrisas “del lado del conductor”. Aunque no ve casi nada, Diego maneja como puede para llevarle la ropa a los compañeros que habían llegado desnudos al Clínico y a las clínicas de Santa Mónica.
Recordándolo todo en frío, René resume: “Miedo, Terror. Ese sentimiento, que me puedo imaginar, que sienta alguien que va a ser asesinado y se ve acorralado. Ese terror de que voltee a la izquierda, voltee a la derecha y estaba trancado. Estaba en una esquina literalmente”.
Por su parte, Diego dice: “estaba impresionado (…) jamás, jamás había vivido algo así (…) es una cosa que de verdad te marca. Un antes y un después de tu vida”. Dice que su “mejor amiga de la universidad no deja de llorar. Tiene los ojos hinchados. Y eso que ella tampoco está golpeada”.
Pero Diego no va a poner ninguna denuncia.
“En este país de verdad no le paran a eso. Sé que no se va a hacer justicia”.
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