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Is it just me, or are Alberto Barrera Tyszka’s columns in El Nacional quickly establishing themselves as the most lucid take on the through-the-looking-glass world of post-chavismo?
Personally, I’m deeply skeptical about the voting simulacrum scheduled for December 8th, but Barrera Tyszka makes the case that 8D matters as powerfully as it is possible to.
Pero ahora es distinto. Abril le dejó una enseñanza dura al poder. Billete no mata a galán. Ni siquiera la publicidad más millonaria ni todos los favores complacientes de las instituciones pudieron evitar la catástrofe. Con todas las dudas del caso, Maduro es un triunfo empujado. Maduro es un de vainita. Para el chavismo sin Chávez, las elecciones son cada vez más un evento traumático, una suerte de striptease forzado, que deja al aire su crisis de carisma y su tentación autoritaria. Aparte de la amenaza, no tiene otro mensaje. Su única oferta electoral es encarcelar al adversario. El chavismo sin Chávez es un vacío de contenido. Han pasado de la utopía de salvar el planeta al desespero de salvarse a sí mismos.
Cuando Nicolás Maduro invoca la trilogía del mal, imita más a George W. Bush que a Hugo Chávez. A su manera, ya ha repetido varias veces que la oposición tiene secretas armas de destrucción masiva. Si fuera por él, estaría a un tris de promover una invasión. De hecho, todo el trabajo oficial en contra de Henrique Capriles y de Henri Falcón es una agresión sostenida, una guerra verdadera, administrada con dinero público, para destruir la disidencia. Que Jaua y Reyes Reyes dirijan fundaciones en las dependencias federales donde fueron derrotados es una evidencia vulgar de la corrupción política y ética del país. El gobierno ha convertido el Estado en un arma contra de la democracia.
The guy’s good.
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