"Patria o Muerte," Primera Parte
Muchos personajes y poco estilo en la novela de Barrera Tyszka.
Entrega Final: 5 de febrero
Caracas a fines del 2012.
La muerte de Hugo Chávez es inminente, pero el país aún no lo sabe. Un sentimiento de duda ante el incierto estado de salud del caudillo invade la vida de los personajes que nos pinta Alberto Barrera Tyszka: un médico jubilado; un periodista de sucesos que acaba de perder su empleo; una mujer que regresa de un fracasado exilio en Miami; una madre y su pequeña hija, encerradas en su apartamento por temor a la violencia; una periodista norteamericana buscando contar la historia de esta Venezuela decadente.
El quid del asunto es que estos personajes están tangencialmente relacionados. El médico y el periodista viven en el mismo edificio. La mujer del exilio fracasado es la dueña del apartamento del periodista. La niña encerrada emprende una relación via chat con el hijo del periodista. La gringa tiene como fuente al hermano del médico, que trabaja con Chávez y podría guardar la clave del misterio de la salud del No-Tan-Eterno.
La ambición de Barrera evoca las películas de principios de los 2000 que utilizaban historias someramente entrelazadas para exponer un tema (pensemos en Crash, Amores Perros, o 21 Gramos). Pero si bien Barrera usa una técnica relativamente exitosa, aunque ya bastante trillada, el éxito de la novela depende del estilo del autor, de lo sofisticado de su lenguaje.
Lamentablemente, la pluma de Barrera, más preocupada de pintar muchos personajes que de estudiarlos a fondo, decepciona.
La novela contiene demasiados personajes. Cada una de sus historias daría para una novela en sí misma, pero Barrera mete gente y más gente. Luego de 222 páginas, todavía no sabemos quiénes son en verdad, porque salvo algunas excepciones, Barrera no se ha dado el tiempo de adentrarnos en su vida interior.
El doctor Sanabria es el principal personaje, un oncólogo jubilado de la UCV. Sabemos que la jubilación lo ha dejado en un estado de ansiedad tremendo, pero Barrera no se adentra en las razones. ¿Será algo de su pasado, de su niñez? ¿Cómo fue su matrimonio? ¿Qué piensa Sanabria de las cosas que suceden alrededor de él? ¿Por qué se jubiló? ¿Qué extraña de su profesión?
Barrera no tiene tiempo para esas nimiedades, porque cuando está a punto de adentrarse, como las uñas de Sanabria cuando comen mandarina durante sus desvelos, cambia de personaje.
Lo mismo pasa con Fredy Lecuna, el periodista que vive en el edificio de los Sanabria junto a su esposa y su hijo. (Por cierto, un exitoso médico oncólogo compartiendo edificio con un periodista que prácticamente no tiene empleo – no sé en qué parte de Caracas se consigue uno esta realidad inmobiliaria y salarial, pero bueh …)
Fredy acaba de ser botado del periódico donde trabaja, y no se le ocurre mejor cosa que escribir un libro sobre la muerte de Chávez. Así no más, porque se le ocurrió.
A pesar de las posibilidades que ofrece la situación de Fredy – la angustia de perder tu ingreso, la ansiedad que genera el que la dueña del apartamento donde vives quiera que te vayas y no tener a donde ir – Barrera se desinteresa rápidamente de los Lecuna. La escena que más recordamos de ellos es una confrontación a gritos y (casi) arañazos entre su mujer y la dueña del apartamento.
Algo parecido pasa con Madeleine, la norteamericana de la que conocemos sólo algunas intimidades sexuales que simplemente no pegan ni con cola con el resto de la novela. ¿Qué hace en Caracas? ¿Qué busca? No hay tiempo para eso cuando hay que describir en detalle un etilizado threesome caraqueño. En todos estos personajes, cero vida interior.
Quizás es algo que Barrera hace a propósito. En Venezuela, la capacidad de reflexión se ve seriamente disminuida por la agobiante realidad de la supervivencia. Y en esa época en particular, el fantasma de Hugo Chávez estaba en todas partes copando la existencia de muchos. Quizás no tienen vida interior porque no pueden tenerla, porque cada vez que viene la introspección, sobreviene una cadena.
El único personaje en el cual nos adentramos más es María, la pequeña niña hija de la madre agorafóbica. Pero a pesar de que aquí Barrera está más a sus anchas, la historia de María hasta ahora es muy extraña.
María es una niña excesivamente madura para su edad, y a pesar de que nos enternecemos con sus problemas, yo no creía que estaba conociendo a una niña de nueve años. Las reflexiones que tiene – acerca de su madre, y del caos que la rodea – son propias de una mujer de treinta años con mucho psicoanálisis encima. No encajan con la forma como los niños ven el mundo.
No solo es inverosímil su vida interior. Lo que le sucede pareciera igual de random.
Cuando ha transcurrido un tercio de la novela, ocurre un hecho tan atroz, tan dramático (no quiero quitar la sorpresa), tan jalado por los pelos, que lanza a María a una situación tan desgarradora, que al final uno pasa de sentir empatía por el personaje a sentir rabia contra el autor.
Dadas las circunstancias de los dos personajes involucrados que conocíamos hasta el momento en que eso ocurre, el evento se nos hace demasiado difícil de tragar. Convierte a esta novela de grandes aspiraciones en “pulp fiction.”
Pero el problema principal no radica en los sucesos, sino en el estilo del autor. Por ejemplo, un día María y su mamá (¡al fin!) salen de su casa. Cuando van en el Metro abrazadas, Barrera escribe:
“María sintió ese contacto, en mitad del vagón. Se vio sentada junto a su madre, en una tarde cualquiera, y se sintió bien, muy bien. Esa vida se parecía más a ella.”
Al narrar la prisa de Lecuna de terminar su libro antes que Chávez muriera (algo con el cual me identifico plenamente), Barrera escribe:
“El periodista pensó que la muerte casi siempre ocurre antes de lo calculado. Nunca nadie se muere a tiempo. Chávez ya había sido operado. Los rumores contaminaban las navidades de un raro clima quirúrgico.”
A mí estos dos pasajes me encienden las alarmas de clichés. Porque, ¿qué diablos es un “clima quirúrgico”?
En fin, no todo es malo. Hay momentos en los que Barrera infunde la narrativa con su perspicaz voz de analista político, la misma que utiliza para brillar en las páginas de El Nacional todos los domingos. Por ejemplo,
“Tal vez, el gran triunfo de Chávez consistía en haber consolidado su voz como fundamento del poder, como eje de la sociedad. Había creado el Estado parlante, que también era, además, un Estado eclesial. Todos repetían las palabras del mesías. Era una estructura perfecta porque era un ejercicio voluntario y jubiloso de sometimiento. No había preguntas sino entusiasmo. Mucha fe. Devoción ciega. Chávez forever.”
Para la persona novata en estas lides de entender a Venezuela, ese párrafo es bastante evocador. Pasajes así son los highlights de la novela hasta ahora.
Esperemos ver qué sucede con la segunda parte de la novela. Hasta ahora, me quedo un poco decepcionado con la brecha entre las posibilidades que ofrecía la misma y lo que veo en la página.
El tema y el momento histórico se prestan para una gran novela sobre la Venezuela contemporánea. Lamento decir que, hasta ahora, “Patria o Muerte” no es esa novela.
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